Sí, yo también he escuchado entre cien y cien millones de historietas a propios y extraños sobre dónde estaban y qué hacían a las 12:33 horas del 28 de abril de 2025, momento en el que en un país sin luces dejaron de funcionar las bombillas. En los ascensores, entre quienes nos atrevemos de nuevo a subirnos, las conversaciones estériles sobre el tiempo han sido sustituidas por otras sobre el apagón. «Pues yo estaba haciendo lentejas y no las pude terminar», «pues yo estaba dando una vuelta por Santo Domingo y me regalaron un helado los de El Valenciano», «pues yo estaba en mi pueblo y no volvió hasta casi las diez»… Todo a la vez en todas partes. Trending topic a pie de calle.
Aunque el frenético ritmo de las sociedades y de la información provocan que a nivel de conjunto ya apenas se hable del apagón y de sus pérdidas millonarias, las batallitas de las horas sin luz pasan desde ya a formar parte de esa memoria indeleble que cada uno guarda para sí en algún trastero de su hipocampo. Historietas que, casi siempre sin que nadie pregunte, son rescatadas cada vez que sale a colación el tema matriz: los atentados de las Torres Gemelas, el gol de Iniesta o, en el plano local, el asesinato de Isabel Carrasco. «Pues yo estaba…». Todos somos capaces de evocar, con vívidos recuerdos, las ‘5W’ de nuestra declaración de confinamiento en los primeros días de la pandemia del Covid o de nuestro secuestro de Miguel Ángel Blanco.
Es más, de tantas veces como los hemos escuchado, hasta tenemos la sensación de haber experimentado ciertos momentos nunca vividos. Sin haber nacido, recuerdo ver ‘Los Payasos de la Tele’ con mis primas mayores un 23 de febrero y que la emisión se cortase por culpa de unos guardias civiles que entraban al Congreso de los Diputados con pistolas en la mano. En ocasiones, incluso nos adelantamos a ese futuro que podemos prever, como con el cónclave que comienza hoy y que, con su fumata blanca, traerá otro de esos hitos que siempre dejan entre cien y cien millones de historietas asociadas. Luego, es inevitable, todas estas se difuminarán precisamente como un humo blanquecino, trepando anónimas al cielo hasta confundirse con las nubes para, algún día, sin previo aviso, regresar a nosotros en forma de esa lluvia fina que tanto cala.
Es más que probable que la vida sea aquello que pasa entre cada uno de esos momentos en los que, ante extremas circunstancias particulares o colectivas, algo se rompe: la certeza, la inocencia o, como en el caso del apagón, la rutina. Respecto a los compartidos, los únicos recuerdos trazables en las páginas de un periódico, nos definen como sociedad a través de todas esas microscópicas respuestas que no requieren de pregunta alguna y que siempre comienzan con el consabido «pues yo estaba…».