11/04/2025
 Actualizado a 11/04/2025
Guardar

A vueltas seguimos con las okupaciones, inquiocupaciones, ley de vivienda, ley antiokupa, y lo que te rondaré morena.

Años llevamos, y años llevaremos, porque cada vez hay más habitantes en el país, no tanto por los nacimientos,  que sería la manera ‘natural’, y que están de capa caída no sé si por comodidad o porque criar un hijo cuesta un riñón y parte del otro, como por la continuada llegada de ciudadanos de otros países en sus muchas acepciones: inmigrantes legales e ilegales, jubilados variopintos o huidos de sátrapas y dictadores. De todo.

Toda esta nueva demanda debería, en buena lógica, ser el abono del campo de la construcción, un campo antes siempre activo y dispuesto a cubrir esa necesidad, pero que hoy, ¡ay!, está en situación de letargo.

¿Es por falta de suelo? No. Hay suelo a manta, y no me refiero al suelo natural del que, desde luego hay millones de metros, sino del urbanizado, del que ya se puede utilizar mañana. Hay montones, aquí, allí, allá y acullá. Lo hay, desde luego, en todo tipo de manos, o sea, de propietarios, pero muy caro, en parte porque ponerlo en uso lo es, o ha sido, pero también porque nadie quiere dar duros a cuatro pesetas (hoy, en euros, no sé cómo lo diría), incluyendo en ese nadie a las administraciones públicas, se diga lo que se diga y nos cuenten lo que nos cuenten. Y si lo público está así, qué se puede echar en cara a lo privado.

Hay suficientes empresarios de la construcción para hacer frente a una demanda considerable de viviendas? La verdad es que la pandemia dio al traste con muchas, unas porque sus dueños ya eran mayores y se marcharon a su casa y otros porque, simplemente, se arruinaron. Pero no sería problema, porque en este país, que se exige todo tipo de formación y titulación para cualquier cosa, para que un contratista pueda levantar un edificio de los metros cuadrados que se quieran, por muchos que sean, lo único que se necesita es darse de alta como tal y que cumpla sus obligaciones con la hacienda pública. Así que, si no los hay, no habría dificultad en que los hubiera.

Por si esto no fuera bastante, haya sido la pandemia, haya sido lo que haya sido, no hay mano de obra suficiente y, mucho menos, especializada. No busque un ebanista, que no lo hay, si acaso carpintero y con lupa. Escayolistas, ¿qué es eso?  Y así sucesivamente. Un déficit de mano de obra especializada que, aunque se está sustituyendo por profesionales extranjeros, no deja de ser deficitaria. 

Tramitar una licencia es una carrera de fondo. ¡Qué tiempos aquellos que, en un mes tenías los papeles para empezar una obra y un proyecto de 20 viviendas era un documento con treinta o cuarenta folios y media docena de planos (ahora un chalecito cualquiera tiene cinco o seis planos y… cuatrocientas páginas escritas en letra pequeña).  Y la tramitación de licencia, además de recorrer un laberinto de despachos, dispóngase usted a unos cuantos meses de peregrinación, por no decir viacrucis, consecuencia de las leyes, reglamentos, prescripciones, aclaraciones y anexos, empeñados en regularlo todo, incluso lo que no se puede regular, que enredan todo el proceso administrativo más que una madeja de lana en manos de un gato.

Y así, todo fiel cristiano (y también el no cristiano), ve cómo los precios suben y suben, mientras sus ingresos, además de no alcanzar, cada vez están más lejos. ¡Quién pillara aquellos entonces, no tan lejanos, en que un crédito hipotecario, además de casi no tener límite dinerario, era de quince, veinte años máximo, de plazo de amortización.

¿Dónde está la presencia del estado, de todas las administraciones, para generar vivienda accesible? Pues, en estos momentos, prometiendo 200.00 viviendas, las mismas de hace un año y las mismas de hace dos. Y no es solamente el gobierno actual. Es que llevamos en este campo un retraso de toda la democracia y buena parte de la dictadura. Mientras países como Gran Bretaña, Alemania, Austria y Centroeuropa en general llevan más de cincuenta años construyendo millones viviendas en este régimen, aquí… miramos al tendido. Y no es que en esos cincuenta años no se haya  ‘amenazado’ con poner en marcha planes como el actual de las 200.000 viviendas (que parecen muchas, pero son una gota en el mar), que sí, que todos los gobiernos, todos, los de Franco también, han prometido, pero poco han cumplido. Con el agravante de que una buena parte de aquellas que sí se construyeron (pues varios miles es cierto que se pusieron en marcha), terminaron vendidas a fondos de inversión, buitres y de los otros, porque las administraciones públicas, todas, por la incapacidad, unas veces, o la desidia en otras, no fueron capaces de hacer lo suyo… o sea administrarlas. 

Y encima, ahora llega un señor (Señor con mayúsculas y a la antigua usanza, habría que decir, dado el modo y mando de sus actos), y pone todo patas arriba haciendo que vayamos  como pollos sin cabeza, por no decirlo de forma más grosera.

En fin, que así estamos.

¿Y de las viviendas en alquiler? Bueno, eso, para otro día.

 

Lo más leído