No sé si tienen ustedes controlado el tema ‘millenial’, pero si no yo les explico. Resulta que al final de cada año Spotify, la plataforma musical más utilizada del mundo, publica el ‘Wrapped’ de cada uno de sus usuarios, o lo que es lo mismo, el resumen de lo que más han escuchado los últimos 365 días (bueno, 366 esta vez). En este mundo fugaz en el que vivimos y en el que tan necesario es para muchos compartir hasta el último rincón de su vida, comprenderán que pasan minutos entre su publicación y que amigos, seguidores, conocidos y curiosos ya sean perfectos conocedores de que Pepito V. ha perdido demasiado tiempo de su vida escuchando a Melendi.
En cualquier caso, me resulta curioso investigar sobre los gustos musicales de la gente, porque creo que hablan bastante de ellos y además, generalmente coinciden con el prejuicio... salvo en alguna ocasión en la que el eclecticismo me sorprende y me genera numerosas cuestiones. Ojo, el primero de ellos soy yo, cuyo ‘top 5’ está formado por dos artistas británico de música electrónica, un productor portorriqueño de reguetón, el artista más escuchado del mundo y una banda madrileña que acaba de sacar su primer disco.
Eso sí, lamento muchísimo que nunca estaré al nivel del ‘rey del Wrapped’, Óscar Puente, quién si no. Conocido ya en sus tiempos como alcalde de Valladolid por sus intentos de que Taylor Swift tocase en la Plaza Mayor, su pasión por Twitter le ha llevado a desvelar su momento «princesa pilates pija» en octubre, que en septiembre le tiró más el «reggaetón ola de calor playa» pero un enero mucho más oscuro apostando por el «slap house». «Raro, raro, raaaro» dice Puente, tanto como las cosas que pasan en su ministerio en lo que tiene que ver con León. Puente escuchó este año a Sam Smith más que a nadie, seguramente en un AVE parado en el cambiador de Vilecha, en un atasco en Pajares o en un semáforo de Medina de Rioseco en lo que esperamos por la autovía.
Me parece sensacional que personajes políticos de primer nivel muestren facetas fuera del traje y de la corbata, pero eso también lleva a que la gente tenga la potestad de soltarte un «cojonudo, y qué hay de lo mío».