29/02/2024
 Actualizado a 29/02/2024
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Nadie podría definir mejor el PSOE de los últimos años como el ahora apestado y anteayer vaca sagrada José Luis Ábalos. Exministro y exsecretario de organización socialista. Escudero de Pedro Sánchez. Ideólogo del sanchismo. Mario Bros de las alcantarillas de Ferraz. Sancho Panza del siglo XXI descubriendo que no había pequeña ínsula para su virreinato. Ese Ábalos antihéroe ahogado y en el Grupo Mixto acusó a su partido de toda la vida de «populismo justiciero». Solo quien conoce tan profundamente este PSOE podría captar así de contundente, eficaz y certero su esencia hueca. El ahora diputado sin siglas ha adelantado por la derecha a columnistas y tertulianos de la cada vez más extensa «fachosfera». 

El «populismo justiciero» del PSOE quedará como explicación de toda una época con síntomas de colapso. No solo ante las sospechas de corrupción también en sus políticas de trinchera de desarrollo sostenible, feminismo, conflictos territoriales, relaciones internacionales o patriotismo. Un PSOE que en la salvaguarda de su líder se ha ido vaciando de principios y llenando de odio al antojo de cada socio coyuntural con el que sostener el poder. Del PSOE solo quedan las siglas, una obsesión persecutoria como forma de afrontar la crítica y unas maneras totalitarias de señalar enemigo a todo aquel que discrepe del discurso oficial. Resulta que Ábalos (a la espera de lo que diga la Justicia sobre el repugnante Caso Koldo) es sobre todo un mal socialista. «Un buen socialista no va al Mixto» marcaba el camino el ministro mercenario Óscar Puente. Quería decir Puente que un buen socialista no reta al presidente.

Este PSOE yermo es un peligro porque está replicando su proceso de vaciado a las instituciones del Estado. Que de agujereadas, frágiles, vacuas y cesaristas pueden terminar tan apuntaladas y desoladas como los despachos en Ferraz. Tan hundidas y desconcertadas como la militancia. Para Sánchez solo existen peones que habrá que sacrificar algún día. 

 

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