La psicología política es la ciencia que estudia el comportamiento político, tanto individual como colectivo. La psicopatología política es una rama que aún está por desarrollar. Uno de sus capítulos debiera analizar la relación entre psicopatología individual y colectiva. En España, en este momento, los estudiosos podrían encontrar un laboratorio de muestras excepcional para confirmar hipótesis y teorías.
Tomemos el caso Pedro Sánchez, la piedra en la que ha tropezado estrepitosamente el PSOE con el desenlace de su descabezamiento como Secretario General. Quien creía ser la piedra angular del socialismo renovado se convirtió en un pedrusco colocado en medio del camino. ¿Cómo llegó a donde nunca debiera haber llegado? ¿Qué hizo para lograrlo? ¿Quién le empujó y sostuvo? ¿Los que le han derribado, cómo lo han hecho?
Dejemos de lado la descripción de las marrullerías, trampas, zancadillas, engaños y traiciones que se han ido urdiendo entre biombos, pasillos, patios, llamadas de teléfono y comidas secretas. Esto pertenece al arte de la persuasión y la disuasión, o sea, el uso adecuado de promesas, amenazas, chantajes y enredos emocionales hasta lograr el compromiso del voto favorable a uno u otro bando (a Pedro Sánchez le traicionó el lenguaje y dijo la verdad cuando habló de «bandos», de donde viene «banda» y «bandido»). Todo esto, digamos, pertenece al espectáculo de las series de televisión.
Para profundizar un poco debemos enfrentarnos a ‘eso’ que no vemos y sobre lo que inevitablemente hemos de hacer conjeturas: qué pasa por la mente y el inconsciente de las personas. En este caso, qué pasa por la cabeza de Petrus, qué siente, qué imagina, qué desea. Por centrarnos un poco: qué idea tiene de sí mismo. Sin duda, ha de tener una idea muy elevada de sí mismo, de su valía, de su capacidad de mando y liderazgo. También, debe de creerse muy inteligente (además de alto y «guapo»). Lo que quiero decir es que lo primero que deberíamos analizar de un político es qué idea tiene de sí mismo, y eso, por más que lo oculte, acaba saliéndole hasta por los poros. No es fácil verlo a primera vista, porque el arte de la mayoría de los políticos que conocemos es el del engaño, la impostura, el cinismo, acompañado muchas veces de seducción, ese saber «caer bien» a quien interesa.
Simplifico: el político que se cree muy importante y muy por encima de los demás, puede caer en un delirio de grandeza, de poder, de omnipotencia que le haga perder el sentido de la realidad. Claro está que, para que esto suceda, necesita proyectar sobre los demás esa imagen exaltada de sí mismo y que se forme a su alrededor un grupo capaz de hacerle de espejo: sus seguidores, sus fieles seguidores. Si ese grupo se convierte en masa, ya estamos ante un fenómeno de contagio por identificación, o sea, en un caso de psicopatología colectiva. Los modelos más extremos los conocemos todos: Hitler, Mussolini, Stalin, Franco… Por supuesto que las diferencias son abismales con relación a nuestros políticos, pero de lo que aquí hablo es de la estructura psíquica, de cómo se construye el ‘culto’ a la personalidad, eso que se llama eufemísticamente ‘liderazgo’.
Una última y rápida reflexión: hoy los partidos son estructuras, ‘aparatos’ que favorecen este tipo de líderes narcisistas, delirantes, totalitarios, más o menos psicópatas (un 6% de la población, al parecer), paranoides, tercos y dogmáticos. Cualquier partido político nuevo, o que aspire a ser distinto, debería crear una estructura que cerrara la puerta a estos arribistas. A los políticos deberíamos exigirles que dejaran sus problemas personales en casa o vinieran con ellos resueltos antes de ponerse a solucionar los nuestros. ¿Llegará un día en que, desarrollada la ciencia de la psicopatología política, baste con un test para eliminar a los políticos dañinos o con problemas de personalidad? Estoy seguro de que si así fuera, hoy ya tendríamos Gobierno.

Psicopatología política
05/10/2016
Actualizado a
18/09/2019
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