Estamos terminando el año. Es un momento en el que muchas personas hacen balance de lo sucedido en los últimos doce meses y se marcan el inicio del año nuevo como fecha para poner en práctica ideas, proyectos o nuevos propósitos que permitan potenciar aquello que ha ido bien. Y también para corregir lo que se percibe como error.
Aprovechan para prometerse realizar cambios más o menos drásticos que consideran necesarios para mejorar su vida en cualquier sentido.
En definitiva, se toman al pie de la letra el dicho popular, Año Nuevo, vida nueva.
Otros cuantos piensan que no existe ninguna diferencia entre el 31 de diciembre y el 1 de enero, aparte de la fecha que marca el calendario. Que el instante de tomarse las doce uvas y brindar por el 2026 no va a suponer un antes y un después en su día a día.
Puede que tengan razón, no existe un botón mágico que al pulsarse lo transforme todo a partir de la media noche. Hay acontecimientos, circunstancias y sus consecuencias, que no se pueden borrar de la mente para bien o para mal.
Aun así, es innegable que se trata del comienzo de un nuevo ciclo. ¿Qué nos deparará a nivel personal?, ¿qué nos tocará presenciar?
Por ahora mi deseo es que lo afrontemos con esperanza, aunque solo sea porque el mundo está en permanente evolución y a veces se producen giros en menos de lo que dura un tic tac de reloj.
Tengo el convencimiento de que vamos a vivir todo tipo de sorpresas, recibiremos noticias amables alternadas con otras que nos harán perder la fe en la humanidad. En cuanto a nuestros políticos, vamos a ser realistas, continuarán con su eterno espectáculo. Supongo que, como excepción, hay cosas que nunca cambian.
Abrimos un nuevo capítulo de nuestra historia personal. Cada uno elige si va a ser continuación del anterior o si va a introducir nuevas tramas, personajes. A base de actos y decisiones estamos escribiendo jornada a jornada, página a página, el libro de nuestra propia vida. Y la realidad supera siempre a la ficción.
Feliz Año Nuevo.