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Primer piso, Perrera A

05/05/2024
 Actualizado a 05/05/2024
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Hay comunidades que son avisperos más que colmenas. Y las hay que son perreras, como la mía, en la que hay cuatro o cinco perros en el portal, como poco. La convergencia con Europa trajo el euro y un porrón de mascotas caninas a nuestros vecindarios. Tantas, que hay quien para revolverse exagera diciendo ver más colmados de derechos a los perros que a los niños. A tanto no llega la cosa, pero en el espacio público sí que es un problema que los peligrosos vayan sin bozal, porque sus paseadores ni remotamente serán capaces de contenerlos en caso de que los instintos más bajos del animal se hagan cargo de la situación. 

Eso ya no sería problema en la esfera privada, dentro de sus casas. Pero ahí surge otro conflicto, que sucede en mi edificio y cada día en el de más gente. Hay perros solitarios que no dejan de pedir la compañía que no consiguen porque pasan toda la jornada solos en un apartamento chiquito sin ver a nadie. Nunca ha estado libre de ruidos nuestro patio. Lógicamente, hemos tenido de todo, obras de reforma, discusiones de pareja, berrinches de bebés, personas mayores seniles (en mi manzana hay unas cuantas ventanas de pisos altos con rejas para evitar accidentes) y las habituales flatulencias periódicas de vecinos con digestiones sonoras. Pero lo que está pasando ahora es diferente, entre otros motivos por la frecuencia del sonido. Hay un perrín que no deja de aullar en todo el día. To-do-el-dí-a. ¡Auuuuu!

Entre esa vivienda y la mía median unas cuantas plantas, gracias a lo cual lo sufro relativamente, pero quien habita a ras del aullador no comprendo cómo lo soporta. Imaginen que fuese una persona ciega cuyo estímulo más constante le llega por el sentido auditivo y que lo tenga saturado por ese salmo de angustia y terror permanente. Para volverse loco. Por no hablar del otro aspecto sensible del asunto, el sufrimiento del animal. ¿No tienen los dueños de ese ser vivo compasión alguna? La realidad es que son despiadados, y se merecerían un escarmiento. Yo, por evitar injerencias, no lo voy a hacer, pero alguno de mis otros vecinos perrofílicos podría denunciar la situación. Es que, pudiera ser incluso que lo que hubiese ahí metido fuese un lobo. ¿No creen? ¿A quien habría que llamar entonces? ¿A una protectora, a la Policía Municipal o quizá al Seprona?

Voy a enterarme, no por nada, solo por curiosidad. 

 

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