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Preparando el terreno

12/04/2017
 Actualizado a 18/09/2019
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Cómo un atleta en posición, con todos los músculos tensionados, esperando el disparo que da la salida, salgo como un tiro de Madrid y logro evitar el atasco, primera estación de penitencia, sin oraciones ni santos. Mi destino es mi pueblo, Benavides, allí paso la Semana Santa y pasaría el año santo entero si pudiera o quisieran enviarme la nómina a casa. Por el momento no lo he conseguido.

Es curioso pero, de vacaciones, en Benavides, madrugo más, trabajo más –físicamente mucho más– y sin embargo, no estoy cansado. Supongo que será porque cabeza y mente se relajan y dejo de escuchar ese maldito ruido de fondo que en la gran ciudad acompaña como una sombra pegajosa e inseparable. En Benavides me encanta despertar a media noche, abrir bien los oídos y no escuchar nada. No la puedo ver, porque escucho a oscuras, pero estoy seguro de que en ese silencio nocturno mi sonrisa es beatífica, de bienaventurado.

Madrugo porque hay tanto que hacer, que no me dan las horas de los días. Es momento de preparar la tierra, ocultando en ella esos tesoros misteriosos con formas casi nunca agraciadas, semillas secas y bulbos abollados, deformes, de los que sin embargo, con un poco de suerte, sol y agua, nacerá la belleza inigualable de las flores.

Pero a lo bello también hay que prepararle el camino, en este caso, el terreno, y aquí entra en juego uno de esos elementos que llevan acompañando al ser humano desde los más remotos orígenes de su historia, hasta el punto de que podemos decir que la frontera que separa la prehistoria de la historia viene marcada por la aparición de la azada.

En mis recuerdos primeros ya había por allí una azada. Parece fácil, verdad, parece que es sólo cuestión de escupirse las manos, frotarselas y ponerse a cavar. Ya ya… Parece incluso hasta agradable cuando ves a los viejos, pero viejos de más de 80, cavando la viña, con un ritmo acompasado de metrónomo, sin aparente esfuerzo. Dan hasta envidia. Hasta que uno se pone y toda esa facilidad que da la sabiduría, el conocimiento perfecto de una técnica, se vuelve sofoco y agujetas, sudor que se mete en los ojos y dolor de espalda al día siguiente. Mucho ‘running’ pero poco ‘azading’.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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