En verano de 2022 escribí en este espacio “Sombras y Cenizas”, con motivo del incendio que arrasó cerca 30 mil hectáreas de incalculable valor ecológico, paisajístico y faunístico de La Sierra de la Culebra en la provincia de Zamora, en la región leonesa. Con gran dolor vuelvo a escribir hoy sobre los incendios más graves y extensos desde que hay registros en España y que afectan al corazón de nuestra tierra leonesa, roto al escribir estas líneas. Las Médulas, Patrimonio de la Humanidad, Picos de Europa, la Valdería, casas, gentes que han perdido todo hasta lo más valioso que existe, la vida de, hasta hoy, tres personas que luchaban por librarnos de este infierno. Castilla y León es la comunidad autónoma con mayor extensión forestal de España. Nuestra superficie triplica la media nacional, multiplica por seis la europea y duplica la mundial. Esta realidad nos obliga a asumir una responsabilidad que se ha ignorado. Los medios necesarios deben estar siempre disponibles, porque la emergencia climática es ya irreversible y los fenómenos meteorológicos extremos deben figurar en la agenda de cualquier gobierno. Una vez más, por desgracia, hemos comprobado de la peor manera posible que un operativo de emergencias plenamente público, estable y dotado de recursos durante todo el año es imprescindible. No podemos limitar la lucha contra el fuego a los meses de verano. La política de recursos humanos de la Junta de Castilla y León, no fija población en el territorio, no genera empleo estable y tampoco asegura una respuesta eficaz ante emergencias. Desde hace décadas se mantiene un modelo mixto, barato en apariencia, con predominio de la gestión privada, que finaliza la campaña enviando al paro a un 65% de las cuadrillas. Y cada vez con menos medios, más privatización y una gran desigualdad en las condiciones laborales dependiendo de las empresas adjudicatarias que superan las 30.
La formación de estos trabajadores es escasa y limitada: sólo pueden acceder a la escuela de la Administración mientras están en activo, algo incompatible con la carga de trabajo; después, cuando se les da de baja, pierden ese derecho. ¿Cómo puede el Gobierno autonómico seguir negando la necesidad de un dispositivo permanente, de la mejora de las condiciones laborales de estos profesionales y recortar el 90% del presupuesto de prevención de incendios en 13 años? Si el consejero que tiene la mala costumbre de comer nos dice que mantener un operativo estable durante todo el año es un despilfarro, yo les invito a calcular el coste de restaurar las casi 50.000 hectáreas devastadas, las pérdidas económicas ocasionadas, el desastre medioambiental y patrimonial, con nuestras queridas Médulas, Patrimonio de la Humanidad, quemadas, con el paraíso de Picos de Europa quemado y, lo más grave, la pérdida irreparable de vidas humanas, ¿Cómo va a restituir todo eso con “generosidad”? Es un insulto hablar de los recursos públicos como una dádiva generosa de quien se cree “La Administración”, quien piensa que el dinero, que ahora sí va a encontrar, puede librarle del infierno que ha creado por segunda vez, por negligencia, advertido, requerido e interpelado en numerosas ocasiones, sigue en su sillón olvidando que gobernar es asumir responsabilidades y éstas son suyas desde que decidió que la prevención era un despilfarro y el cambio climático un slogan woke, aunque ahora tengan la desfachatez de jugar la carta de Sánchez culpable, estrategia “Dana” de quienes están pensado en cálculos políticos mientras ven arder nuestra tierra.
Ese es el motivo por el que no se declara el nivel 3, porque si no se declara ahora ¿cuándo?, qué sentido tiene la ley entonces. No quieren perder lo que se llama “el relato” de los hechos si pierden el puesto de gestión aunque han demostrado sobradamente que no están a altura. Los sindicatos llevan años reclamando un operativo cien por cien público tras comprobarse la “ineficacia” del actual modelo de la Consejería de Medio Ambiente de la Junta. Hay que cambiarlo todo de raíz, abandonar modelos de gestión propios del siglo XX que se han quedado obsoletos y encarar un nuevo sistema que tenga en cuenta la incidencia cada vez mayor del calentamiento global. Negar que la emergencia climática es la que ha cambiado las reglas del juego es como apuntar al incendio y mirarse el dedo. Aunque tampoco interese a los que gobiernan y tienen la intención de seguir gobernando con la terraplanista, anti vacunas y negacionista del cambio climático ultraderecha. Efectivos de la UME (ese capricho de Zapatero cuya creación votó en contra el PP, qué haríamos hoy por hoy sin UME...) afirman que en 20 años de ejercicio profesional nunca habían visto incendios como los que ahora nos asolan, en muchas casos inextinguibles.
No significa que el origen no pueda ser un rayo, una tormenta seca o un pirómano (“Malditos sean los incendios y los canallas que los provocan”, parafraseando a Anguita) pero el cambio climático es el responsable de las características arrasadoras e inabordables de los incendios hoy, negarlo es de una ignorancia supina que cuesta vidas.
Ahora, apagar los incendios, salvar vidas, incluidas las de los héroes con manguera exhaustos ya y que siguen al pie de las llamas, restituir los daños en la medida de los posible, asumir responsabilidades y aprender de las catástrofes si no es a la segunda a la tercera al menos. Animo León, volverás a rugir con mucha más fuerza para salvarte, para salvarnos.