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Preñados de ridiculez

31/05/2025
 Actualizado a 31/05/2025
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He perdido ya la cuenta del número de columnas que he escrito con evidencias palpables de que estamos al borde de la extinción. El único consuelo es que solo nos extinguiremos los seres humanos, por lo que, al menos, así el reino animal y la Tierra se librarán de nosotros, que no es poco. Puestos a elegir, reconozco que hubiera preferido que nos extinguiéramos, por ejemplo, debido al impacto de un meteorito, lo que da al drama cierta épica. Pero, visto lo visto, seremos nosotros mismos, con la ayuda de nuestra estupidez, los que nos autodestruiremos. La última prueba de que estamos más cerca de la extinción es la moda de los ‘baby showers’.

La vorágine de mi día a día me había evitado el mal trago de ser consciente de esta frikada, hasta que, hace unos días, una amiga me comentó, un poco indignada, que había sido invitada a este espectáculo esperpéntico. Mientras me explicaba en qué consistía, no daba crédito a lo que me decía. Necesitaba informarme bien sobre esta broma de mal gusto y buceé por Internet, leyendo varios artículos al respecto. Conclusión: ha comenzado la marcha atrás para volver a las cavernas y dedicarnos a decorar las paredes con nuestros dedos.

Para los que hayan tenido la suerte de desconocer hasta hoy los ‘baby showers’, disculpas anticipadas por esta píldora informativa. El evento en cuestión consiste en que los padres organizan una fiesta meses antes de que nazca el bebé para celebrar, aún no tengo claro, el qué. De lo que no tengo ninguna duda es del objetivo verdadero, esquilmar a familiares y amigos para que, haciendo gala de su generosidad, lleven regalos de todo tipo o aporten, junto al resto de invitados, una cantidad de dinero que es entregada a los futuros progenitores. Anótenlo, ahora, además de las listas de regalos de bodas, también las hay para los ‘baby showers’. Y no se equivoquen, esto no es ironía, es tan cierto como la vida misma.

Evidentemente, depende del grado de involución de los futuros padres que la decoración del evento sea más o menos elaborada, se incluya un photocall, se juegue a adivinar el contorno de la barriga de la madre y los invitados pinten en ella, se hagan competiciones de cambiar pañales con los ojos vendados, se participe en una porra sobre la fecha en la que el bebé vendrá a este mundo de estúpidos y, así, un sinfín de disparates que solo pueden significar que ya no tenemos solución como especie. La única duda que me surge es quiénes son más ridículos: los promotores de la fiesta o los invitados cómplices que, en un arrojo de amistad extrema, dan vida a este absurdo.
 

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