El PP de Alberto Núñez Feijóo podría salir escaldado como un pulpo de las elecciones gallegas. Los sondeos permiten lo imposible. Ni siquiera el PP (de Feijóo) es un valor seguro en Galicia como dejó de serlo el PSOE en Andalucía. Consecuencias de tensar demasiado y sin descanso al electorado. Al PP, como sucede desde que se le desgajó Vox por la derecha, solo le sirve la mayoría absoluta para salvar los muebles. El resto de escenarios complican tanto el liderazgo nacional de Feijóo como el horizonte de sus barones territoriales. Sin mayoría absoluta el PP solo podría gobernar sumando con Vox y el equilibrio entre un PP moderado en coalición con Abascal se ha evidenciado imposible. No tanto en el resultado de las políticas y la gestión diaria pero los buscados exabruptos de Vox decantan la percepción de la opinión pública a un terreno abonado de miedo en el que germina el collage de partidos que consigue encabezar la izquierda. Si la legislatura nacional se truncara, algo improbable dado lo entregado al chantaje por supervivencia de Sánchez, este traspiés gallego no sería buen punto de partida para Feijóo (si repitiera como candidato). La dependencia de Vox ¡hasta en Galicia! también volatilizaría cualquier idea loca de soltar lastre del presidente Mañueco en Castilla y León y volver a adelantar elecciones. Tocaría aprobar presupuestos y apretar los dientes hasta 2026.
Si el domingo hubiera derrota (que BNG, PSOE y Sumar logren la Xunta) se avivaría la batalla interna y las plegarias con velas a Isabel Díaz Ayuso. En política es perdonable equivocarse una vez, pero no caer dos veces en la misma zanja. Tras la desastrosa campaña del 23-J los populares han repetido errores. Las incomprensibles confesiones sobre las negociaciones de la amnistía han destrozado la campaña gallega echando en brazos de Vox a sus votantes más escorados como consiguiera en verano con habilidad Sánchez. Alimentar a Vox es servir un PP asustado y «a feira».