Entre el reconocimiento póstumo y la propaganda (que veremos la semana próxima) existe un caso peculiar que estos días ocupa portadas: las memorias o autobiografías. Son un género de postrimería, pues esa intención tienen, un autoelogio fúnebre ante quem. Las más de las veces, bajo el lema "excusa no pedida…", o "dum excusare credes, accusas" (el latín es barato), se dedican a la indulgencia de uno mismo y el ajuste de cuentas con los demás. Para ser irrefutables, las memorias deberían declararse noveladas; todas lo son, pero las hay con pretensiones de exactitud. Testigos y pruebas restan credibilidad al ejercicio si no es de una ecuanimidad sobrehumana.
Aunque la memorialística y aún la propia memoria conservan buena (y cansina) prensa, de por sí los seres humanos nos construimos a base de olvidar. Y de desfigurar, edificar un pasado a la altura de nuestras expectativas, una historia que merezca la pena contar y nos deje en buen lugar al mismo tiempo. ¿A quién le gustaría pormenorizar lo miserable, cobarde o vulgar que se ha sido y, por tanto, aún se es? Pero de ahí al libro de memorias hay un paso: la imprenta, con su ínfula de subsistencia desmentida al poco en pulpa de papel reciclado para cartón de embalaje y servilletas. Y antes, la escritura, que, en casos de notoria incapacidad, se encarga a un "negro" –en inglés "fantasma"– cuyo cometido es contar menos malamente lo que malamente contaría el memorioso. Esta literatura anarrósica no desacredita al autor ni al atribuido, lo cual no sorprende menos que su contenido.
El emérito (mal empezamos) ha publicado un ladrillo en francés (últimamente lo de Francia…) dedicado a eximirse de responsabilidades y repartir leña a terceros. Como si no viviera en Abu Dabi por algo. Lo titula "Reconciliación"; pero es consigo mismo, por supuesto. De esas páginas, que mejor destino hubieran tenido con sudokus, se deduce una divisa muy monárquica y borbónica común a antepasados y especímenes adjuntos o análogos: de qué voy a ser culpable si nací para hacer lo que me da la gana. Hay gente así. Le pasa al novio de Ayuso cuando lamenta amargamente la deshonra que le echan encima dejando de lado que, aparte de ese juicio, le espera el de fraude, corrupción, deslealtad, etc. Es gente que se siente con derecho. A hacer su santa voluntad, concretamente. Y luego algunos escriben sobre ello, pretendiendo que lo leamos y, acaso, les demos la razón. Claro, hombre, claro, y el premio Planeta.
Del retrato de Dorian Gray que es el libro juancarlista se deducen varios actos fallidos freudianos: sus pecadillos, ojerizas y predilecciones, decisivas intervenciones históricas como Rex ex machina y demás fabulaciones dibujan un panorama semejante al de los retratos de reyes medievales, todos gallardos y juiciosos dispuestos a liarla en cuadrones que poco valen pintados por señores a sueldo de un decorador de interiores para salón de edificio público.