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Portazgos, fielatos y aranceles

20/04/2025
 Actualizado a 20/04/2025
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El portazgo o peaje es un antiguo pago de principios del siglo VIII introducido en España por los árabes para gravar los derechos de tránsito de mercancías que debían satisfacer los que iban de camino pisando terreno particular o entraban en la ciudad. En la actualidad el peaje de algunas autopistas puede considerarse como heredero indirecto de los portazgos.

Herederos del portazgo o peaje, a finales del siglo XVIII se crearon en España los fielatos, que era el nombre popular que recibían las casetas de cobro de los arbitrios, tasas municipales o aranceles sobre algunos artículos de consumo, situadas a la entrada de los grandes núcleos de población. El término procede de «fiel» o «balanza» que se usaba para pesar los productos y así aplicar la tasa correspondiente. Constituía una actividad de suma importancia para los ayuntamientos, pues dependiendo de la localidad podía llegar a suponer entre un 50 y 70 % del total de los ingresos municipales.

En el artículo ‘Las lecheras y el fielato’, publicado en el periódico El Día, Francisco Ayala describe a la perfección el ambiente en el que debían discurrir estas operaciones aduaneras. Como podemos imaginar, los atascos eran monumentales a ciertas horas y también había una enorme picaresca a fin de evitar el pago de los consumos. Las campesinas trataban de esconder las gallinas o los conejos debajo de las faldas a fin de escapar del control del fielatero, lo que ocasionó no pocas situaciones curiosas.

En la edición del 14 de junio de 1955 del desaparecido diario tinerfeño Aire Libre se cuenta una anécdota sobre este afán por soslayar el control de los aduaneros. La transcribo literalmente: «Dos avispados quisieron aprovechar el gran movimiento rodado del día del Corpus para traerse de Las Canteras un cerdo y pasar sin contratiempos por el Fielato. Dicho y hecho. Llegaron al Fielato al mismo tiempo que media docena de coches. Pusiéronse en fila y previamente colocaron al cerdo en el asiento trasero, en medio de ambos, con un sombrero calado hasta el hocico. Llegado el turno: –Nada! ¡Adiós, buenas noches! Salieron disparados, camino de Santa Cruz. Al arrancar, un fielatero, dijo a un compañero: –¿Te fijaste? ¡Fuerte cara de cochino tenía el del sombrero!» 

En la década de los años 60 del pasado siglo los fielatos desaparecieron en España con la llegada de nuevos sistemas tributarios. Todos ellos han quedado como memoria de una actividad fiscal que los ciudadanos de aquellos tiempos, en los que se pasaba mucha necesidad, soportaban con pocas ganas. No hay más que ver su impacto en el folklore, como en la polka que comienza diciendo: «Una señora formal / compró un conejo barato / y al pasar por el fielato / lo escondió en el delantal».

El nombre arancel o tarifa impositiva que se aplica a productos importados o exportados ha devenido hoy motivo de guerra comercial. El mandamás yanqui Donald Trump ha puesto con el culo al aire a todo el mundo utilizando los aranceles como estrategia para hacer que los productos importados sean más caros y, así, favorecer en el mercado mundial los productos nacionales. Ello ha ocasionado una convulsión en todas las bolsas, cuya réplica no se ha hecho esperar por parte de los países afectados –especialmente China como el más alto ‘arancelado’– y cuyas consecuencias son difíciles de adivinar. Por ahora, una tregua de noventa días por capricho trumpetero, que no es de extrañar se rompa en cualquier momento.

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