Tras la derrota de la II República, y con ello la expurgación de izquierdistas, judeo-masones, ateos y otras ‘lacras’, los vencedores se vinieron arriba hasta el mismísimo cielo. Era el lema que hacía referencia al deseo de recuperar el pasado glorioso a socaire del nacional-catolicismo. Aparecía como una ligera variación del himno falangista ‘Montañas nevadas’: «Voy por rutas imperiales / caminando hacia Dios». Así cantábamos entonces quienes, siendo niños, militábamos obligados e inconscientes en el Frente de Juventudes. Muchas personas se han reído, teniendo en cuenta que esta grandilocuencia ultraterrena se asentada paradójicamente en la triste y dura realidad de una España destrozada y hambrienta, tras tres años de lucha fratricida, con cárceles abarrotadas y multitud de esclavos para construir pantanos, carreteras y una brutal megalomanía de Valle de los Caídos. Pero en España no ha dejado de tomarse en serio esto del ‘Imperio’. Aprovechando el desconcierto político actual y la tolerancia existente, un partido intolerante intenta ahora comernos el coco con recuperar nuestra grandeza a base de mentiras, barbaridades y alguna verdad, por eso de que, desde mi humilde punto de vista, no hay nada bueno ni malo al cien por cien.
Lo curioso del caso es que si la República hubiese claudicado sin resistencia ante los rebeldes dejando a Franco una España sin desgaste, su excelencia superlativa nos hubiera metido en la II Guerra Mundial al lado de sus benefactores Hitler y Mussolini. Pero cuando las tropas aliadas desembarcaron en África del Norte –que según los falangistas era territorio perteneciente al Imperio español–, España se resignó a la pérdida del mismo sin disparar un solo tiro. Las derrotas del Eje despertaron violentamente a los soñadores del Imperio azul. Fue en aquel momento cuando falangistas como Dionisio Ridruejo cambiaron de postura política porque preveían que, sin la ilusión juvenil de la aventura imperial, la España franquista del estado totalitario serviría, no para alcanzar grandes éxitos, sino para que algunos privilegiados se aprovecharan.
Con la derrota del fascismo el deseo del ‘Imperio hacia Dios’ se desvaneció. No obstante, el Estado totalitario permaneció durante cuarenta años y sus instituciones represivas continuaron funcionando deformando el espíritu de España mucho tiempo después de que estas instituciones, que habían sido concebidas únicamente como base de ataque, desistieran para la reconquista de aquel ‘Imperio hacia Dios’ perdido para siempre.
El Estado franquista no era más que un armazón vacío e inútil cuando termino la contienda mundial. EE UU no movió un solo dedo para derribarlo. Tampoco intervino Inglaterra para barrerlo. Ni la Unión Soviética, que había sufrido la afrenta de la División Azul, impuso algún cambio en España. La verdad es que la España republicana, traicionada por todos los países del mundo excepto México y la Unión Soviética desde 1936 a 1939, fue traicionada de nuevo por los vencedores de la «guerra contra el fascismo» en 1945. ¿Por qué no se llevó a cabo la destrucción de la estructura hueca del Estado franquista al término de la Segunda Guerra Mundial?, se pregunta el estadounidense Herbert R. Southworth (‘El mito de la cruzada de Franco’, 1963). Muy sencillo, porque Franco supo jugar muy bien la baza de haber convertido a España en adelantada campeona frente al comunismo, y ahora era el comunismo y su telón de acero el enemigo universal a batir en una nueva guerra, pero esta vez no caliente sino fría.

Por el Imperio hacia Dios
17/11/2019
Actualizado a
17/11/2019
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