Imagen Juan María García Campal

Pobres y desarrapados

03/02/2016
 Actualizado a 19/09/2019
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Si les digo que he experimentado un viaje en el tiempo y en el espacio sin moverme de casa, muchos de ustedes, seguro lectores irredentos como yo, no se extrañarán, pues más de una vez habrán vivido la experiencia de comprobar que, como dijo Emily Dickinson, «para viajar lejos, no hay mejor nave que un libro» e incluso pensarán que éste fue el motivo de mi periplo, pues ya desde casa escribo. Pero si les aseguro que uno andaba en otros menesteres y se informaba con la radio de fondo, pueden dudarlo, cómo no. También lo hice yo. Cómo, para un día que uno se pone juicioso y hacendoso, pude verme transportado por prodigio radiofónico al Palacio de Linares, Madrid, y allí verme al servicio de la señora condesa de Santagón, doña Eugenia. Menos mal que, descreído, uno, en su estima por la ‘res pública’, pronto se reintegró a la realidad.

Dudo si apropiado el anterior «menos mal que». Porque lo peor fue que la causa transportadora no fue otra que la frase, seguro sacada de contexto por el resentido social que suscribe, pero, más cierto también, salida del más discreto o secreto subconsciente, del acto fallido o desliz freudiano, del barón socialista (no es oxímoron por acepción, aunque sí por concepción) Fernández Vara, Presidente –por cierto, qué cosas, con el apoyo de Podemos– de la comunidad autónoma de Extremadura, cuando le dijo a su secretario general eso de: «No me traigas pobres ni desarrapados que no quiero saber nada de ellos», expresión esta que, se dirija a quién se dirija, por quien la dirija y con la intención que fuere, me parece de lo menos apropiada y llego a estimar grave si tal infortunio –hecho desgraciado– se produce en un Comité político de un partido que se dice de izquierdas, en un país que viene atravesando las circunstancia sociales y económicas que, quien las pronuncia, debería conocer bastante mejor que yo por más que alta sea su atalaya de barón.

Porque digo yo en mi ignorancia que, si así se manejan nuestros políticos, bien podríamos sus conciudadanos, incluso lo más pobres y desarrapados, decir aquello de «¡hay que ver cómo está el servicio!». Es más, ¿no sería preciso y equitativo que si se llegan a repetir las elecciones, superados estos periodos de prueba y error, todos los ahora señorías fuesen inhabilitados para presentarse de nuevo dada su manifiesta incapacidad para procurar un gobierno que mejore las condiciones, insisto, sociales y económicas de sus conciudadanos. Y si no, que se lo jueguen a la silla, que no trono. O también.
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