La semana pasada le decía por boca de otro cliente en unos grandes almacenes algo así que como sigamos unos asumiendo y otros celebrando muchas medidas impuestas en nombre del medio ambiente, acabaremos yendo a la compra con el cesto de mimbre –la sera o serillo que se llama en otros puntos de esta nuestra querida tierra– y en burro como se hacía hace setenta años, por mucho que le llamen progreso.
Lo de ir en burro y con el cesto a hacer las compras por aquello de no contaminar, como lo de obligar a bajar la calefacción, apagar las luces o reducir los límites de velocidad en esta Europa atontada mientras en otros rincones del mismo planeta que habitamos están con las chimeneas a todo trapo, todo eso, como lo de tirar las térmicas porque dicen que son malas y es mejor otra cosa, demuestran que como sociedad en conjunto somos muy ignorantes.
Me escribía esta semana un amigo, lector asiduo de estas páginas de los que saben leer debajo de las letras, para decirme que «pobrecito burro», que mejor andando o en bicicleta. Y a este paso, no sé qué nos encontraremos. Por eso será lo de los autobuses a mitad de precio, los descuentos en los trenes y la posibilidad de viajar gratis el próximo año, como si los motores de los autobuses se alimentaran de agua caída del cielo.
Así, pues, la idea del burro no sería del todo bien vista por aquellos que defienden que los derechos de los animales están por encima de los de las personas y por quienes nunca han visto un pollino en su vida pero pondrían el grito en el cielo si le cuentan que existe un artilugio –las alforjas– para que el animal cargue ochenta o cien kilos encima y ni se entere. Ya no le cuento que, si en vez de burro el animal de carga es una mula, porque entonces entramos en otro problema añadido, ese que llaman de perspectiva de género.

¡Pobrecito animal!
05/12/2022
Actualizado a
05/12/2022
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