Hay algo en la Semana Negra de Gijón, algo diferente, algo que nos deja una tensión especial a los escritores y al público. Quizá lo dé la ciudad de Gijón. Xixón. Mi playa de la infancia. Recuerdo esos domingos cuando mi padre se levantaba energético por la mañana y soltaba, ¿vamos a la playa? Llamaba a su primo favorito -que había emigrado a Gijón- a ver cómo andaba el tiempo y, si era bueno, cogía el coche y hala, todos de cabeza a las curvas de Pajares. Siempre había alguno que se mareaba; usábamos el caldero de playa para vomitar. Pero el viaje compensaba, porque al llegar te envolvía ese olor, a algas, a salitre, a vida sumergida. Y esa luz. La luz del Cantábrico, tan diferente a la del Mediterráneo; más limpia, más azul, barrida por la lluvia y el viento.
Vamos a la playa.
Este año llevo mi novela «Cordillera» ahí, a los viejos astilleros de la Naval. Las carpas se extienden sobre el Dique. Donde primero se construían barcos y después se luchaba contra la desindustrialización, ahora se construyen historias. Además, la Semana Negra comparte entrada con el recinto ferial. Así que escucho la voz de los feriantes y de las tómbolas, mientras explico que mi novela arranca con un muerto.
Vamos a la playa.
Luis Artigue me presenta como si estuviéramos en «Saturday Night Live», con la urgencia de llegar a un público de todos los estratos y todas las edades. Llegar y atraparlo para que se quede.
Vamos a la playa.
Conozco a Alejandro Meter, profesor de literatura en San Diego y fotógrafo de escritores. El viento intenta llevarse por los aires la lámpara de su flash y yo hago de contrapeso mientras él fotografía a Ernesto Pérez Zúñiga y viceversa. Atardece en esos diques somnolientos y la luz adquiere una textura untuosa, táctil.
Vamos a la playa.
Me cruzo con Edurne Portela, con Álvaro Colomer, con un escritor italiano del que no retengo el nombre. Duermo frente a los diques con la ventana abierta. Y al día siguiente, sé que no puedo irme sin probar el mar. Desciendo la escalera de La Cantábrica al final de la playa de San Lorenzo.
Ya en el agua, le pregunto a una pareja de nadadores, ¿hay alguna zona peligrosa? Hace poco una ola se tragó a una «muyer», contesta ella. Todos los años se ahoga alguien aquí, continúa él. Ah, no pasa nada, respondo, habría bandera roja, hoy está amarilla. Y sin pensar más, echo a nadar.
Cruzar la bahía. El sol a la espalda. Las bocanadas de mar. El arranque de mi novela con el muerto. La Semana Negra. Los escritores y escritoras de la Semana Negra. El público entregado. Las olas. Vamos a la playa, a esta playa de las letras y las historias.