Ahora que podemos considerarnos cuna de la inteligencia artificial (madre mía, lo que se llega a conseguir con un buen plato de cecina), quizá podamos fabricar un terruño a medida del carácter de quienes lo poblamos. Una provincia de las maravillas en la que se pueda estar al mismo tiempo al plato y a las tajadas o en misa y repicando, en la que se pueda tener una cosa y la contraria y quejarse de ambas al mismo tiempo. Un reino mágico al que se acceda por un camino de baldosas color púrpura que no acaben cubiertas de mugre por la meada de perros y paisanos o en el que algunos de los que limpian trabajen un poco más y muchos de los que ensucian trabajen un poco menos.
Quizá podamos fabricar con la inteligencia artificial que acunamos desde esta semana un jardín de las delicias en el que sea posible tener árboles en tu calle, pero siempre ante la ventana del vecino y sin que haya hojas en el suelo. O en el que los árboles no enfermen para que nadie se enfade un día si se talan y al día siguiente si se dejan en pie y acaban cayéndose y poniendo en peligro al viandante de turno.
O quizá podamos hacer de nuestro vetusto terruño un mundo ideal en el que salga un genio de la lámpara y nos conceda como primer deseo poder arreglar un pabellón deportivo sin dejar de cantar los goles de nuestros equipos, como segundo deseo que tengamos calles peatonales al mismo tiempo que podamos aparcar a la puerta de casa (o plegar el coche para dejarlo del tamaño de un ‘micro machine’ y meterlo al bolso) y como tercer deseo que tengamos los hoteles repletos y las calles a rebosar de turistas sin que haya que esperar para sentarse en una terraza o meter codo para ver una procesión.
O también podríamos tirar de inteligencia artificial para dibujar un paraíso terrenal en el que Lolo –y otros muchos, pero especialmente él ahora que hace un año que nos dejó huérfanos de un humor en el que denunciaba las culpas ajenas pero también admitía las propias de los leoneses– siguiera aquí manejando magistralmente la palabra ‘fato’, que por desgracia se ha convertido ya en un bien de primera necesidad.