Esto de publicar los jueves es una putada, se mire por dónde se mire. El jueves tiene hasta su ‘san benito’, ese que dice que «estorbas como el jueves, porque siempre estás en medio». El asunto es que uno lleva pensando escribir sobre el Informe Pisa desde..., el jueves pasado, y, para mi desgracia, antes lo han hecho cientos de los mejores plumillas del panorama ‘juntaletril’ nacional. Sin ir más lejos, el director de este periódico lo hizo el domingo pasado y, como es habitual, lo bordó el cabrón, con lo que, si llegase a tener un poco de sentido común, uno no tendría que envalentonarse y escribir sobre ‘Pisa’...; pero como soy, igual que él, de Vegas, va en el ADN ser necio con cojones y no sé dar marcha atrás, como en la obra de Jardiel, ‘Cuatro corazones con freno y marcha atrás’.
No sé a ciencia cierta los resultados del informe de marras por provincias... Sí, Castilla y León lidera la clasificación de listos en España, pero ningún medio, ni aún los más serios, desmenuza la cosa por provincias. Sé, porque lo sé, que León está a la cabeza de la comunidad y de la nación; ¿qué porqué lo sé?, ¡hombre!, una provincia que a mediados del siglo XIX tenía la menor tasa de analfabetismo de España (por delante de Barcelona, ¡quién te ha visto y quién te ve!), tiene un poso que, como las barricas del vermú del Besugo, te hace mejorar con el tiempo. Aquí, el ‘krausismo’ (¡nada de curas!), gracias a Julio del Campo, regó de escuelas laicas cientos de pueblos y de aldeas del territorio y consiguió lo impensable en cualquier otro lugar. En muchas aldeas recónditas de la provincia había maestro (pagado por los vecinos), a finales del siglo XIX, cuando en la ciudad era un lujo oriental. Todavía recuerdo que cuando había oposiciones al Estado, las provincias que tenían más aprobados eran León y Asturias, por este orden. Miles de leoneses trabajaban de maestros, de veterinarios, de médicos, de enfermeras, de oficiales del maco, de profesores de instituto o de universidad, de chupatintas, en todos los rincones de la geografía nacional. Y todos peleaban como vietnamitas para coger puntos y acabar currando en su pueblo, o sea, en la capital o sus alrededores.
Y es que no había tu tía: o estudiabas o tenías que dedicarte al campo o a la mina; y, ¡claro!, la gente estudiaba porque la alternativa era desastrosa: horas y horas dedicadas a sacar un mísero sueldo por un riesgo de muerte o de incapacidad inconmensurable... Era, desde luego, mucho mejor estudiar y soportar la vida desde un despacho aburrido o la tarima de un aula. No quedaba otra que dejarse los cuernos leyendo y asimilando libros que pesaban un quintal y que te abrían un abanico de posibilidades impensables en el pueblo, labrando o picando como si fueses un esclavo de los romanos o de los americanos... Porque, no penséis otra cosa, eran esclavos.
Recuerdo la frase «la masa se hace menos masa leyendo». Es una verdad como un templo, porque te posibilita soñar. Soñar es gratis y liberador. Te permite romper las cadenas de la monotonía y de la esclavitud; te deja anhelar todo lo inalcanzable, lo quimérico, lo onírico.
El caso es que Castilla y León es la comunidad fetén a la hora de clasificar la sapiencia de cada cual. No sé, en verdad, si es una ventaja o un inconveniente, porque significa que si eres listo y has aprovechado lo leído y aprendido, tendrás que marcharte, que alejarte de tus raíces, dejando atrás familia, amigos y paisajes que te acompañarán, en la imaginación, toda tú vida. Escribí una vez que todos los peceros, los naturales de Vegas, que vivían en el ‘extranjero’, todas las noches, al acostarse, veían, en tecnicolor, la Quebrantada, el río, los oteros de Candajo... Y era una liberación y una penitencia, porque conllevaba acordarte del lugar que te hace feliz y, a la vez, intentar alcanzar una quimera que tenías, no obstante, en tus pensamientos y que al final no servía para nada porque te obligaba a vivir lejos de tu casa.
Viéndolo todo por el lado festivo del asunto, la gente de esta provincia es lista como ella sola, a veces alcanzando la categoría de ‘listillo’, porque cada vez que hablamos, como decía un obispo, mordemos; cada vez que pone un mote, se clava y cada vez que se piensa, embistes. A lo de los motes: creo que ya os conté lo de Manzano el de Barrillos de Curueño, cuándo le dijo a mi padre que en los pueblos la gente era mucho más «anteligente» que en la capital, porque habían «bautizado» a Teyo ‘el cuzo’, a Marciano ‘el puta’, y a su hijo Valentín ‘el manso’. Cierto es que los tres apodos eran más verdad que la Luz Bendita. Lo mismo ocurría en Vegas, en Gradefes, en Mansilla o en Villafranca del Bierzo. Y sí, la gente de los pueblos era más lista que la de capital porque tenían que sobrevivir a mucha miseria, a mucha necesidad y, la mayoría de las veces, a muchísima maledicencia. A pesar de todas las dificultades, la gente de esos y de otros cientos de pueblos, dio estudios a sus retoños y consiguieron que tuvieran una vida mucho mejor que la suya..., o no. Eso es estar a la cabeza de lo de ‘Pisa’ y lo demás, cuantos chinos. Salud y anarquía.