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Pimentón

19/10/2025
 Actualizado a 19/10/2025
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La comarca cacereña de la Vera es un sitiazo adonde ir de camping en los días todavía agradables de octubre si el paso cambiado de festivos laborales y escolares les resbala como resbalé yo de culo en las piedráncanas de la Garganta de Gualtaminos. Otra cosa es que la gente del lugar lo necesite y les espere, porque tiene tanta afluencia turística en verano que les da para vivir el resto del año de tal modo que en otoño tienden a ausentarse de sus negocios aunque a ustedes les duela.

Allí, el revoltoso Tiétar descarga saltos de agua con toda la fuerza que le permite la salida del embalse de Rosarito hasta desembocar en el Tajo. Allí, al sur de la Sierra de Gredos, una fertilidad desbocada permite en esa tierra que higueras y olivos convivan con robles y castaños como un perfecto “mar i muntanya” vegetal. Allí instaló un lugar de retiro Carlos I de España y V de Alemania (en un adosado al Monasterio de Yuste en dos plantas con morada de invierno arriba y de verano abajo sin faltarle una butaca para la gota) que todavía está de pegada. 

Pero si León, como consumidor récord, le agradece algo a la Vera (y esta su internacionalización) es la producción de pimentón. Aunque la mayor parte se logra ya por métodos industriales, sigue siendo un saborizante de mucha más categoría que las mezclas que lo contienen fusionado con otras sustancias que saturan los embutidos mayoristas sin moderación. 

Esta afición desmedida por el pimentón que experimentamos en León se podría explicar por la histórica conexión con la Vera de la que gozamos. Los romanos nos tendieron la ruta sin plata de doble sentido, usada en ascendente a partir del 711 y luego pro-Reconquista en sentido sur, con la trashumancia hacia ambas latitudes y finalmente la difusión del pimentón en sentido norte -los primeros sacos de producto de temporada llegados en trenes de mercancías recogían los maestros carniceros hasta hace no tanto en los andenes-.

Pero nunca sabré toda la verdad porque, pecado, no visité al centro de interpretación (Museo) del pimentón de Jaráiz, como tampoco el tentador del paludismo, embobado como estaba por la buena integración del césped artificial (sin que sirva de precedente) alrededor de las piscinas de mi alojamiento Veragua tumbado al sol de poniente. Seguro que Carlos V no me hubiese desaprobado. 
 

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