El Gordo de la Lotería de Navidad era un positivo cierre de año en León, hasta el escándalo de las papeletas de más. Las buenas noticias escasean y es conveniente aferrarse a ellas a la hora de encarar el futuro cercano con cierto grado de ilusión colectiva, si es que existe tal concepto por estas latitudes. Que cada cual va lo suyo es un principio indiscutible, aunque también lo es que sigue habiendo personas que creen que existe un porvenir más prometedor si la mayoría empuja en una misma dirección. Mantengo serias dudas de que eso sea posible con la polarización política actual. Y con el arraigado individualismo.
Los finales de año suponen uno de los momentos ideales para repasar balance y propósitos (de enmienda y de los otros). Cada cual verá la realidad, según el color del cristal con el que mire.
Siempre ha sido así. Escribir una carta imaginaria a los Reyes Magos, o a quien cada cual considere, es un sano ejercicio del cuerpo y del espíritu, dependiendo claro de si esos deseos son materiales o más del alma social. Entre aspirar a un nuevo lujo o a que desparezca la miseria en el mundo hay un significativo trecho, que cada uno recorre a su manera.
A estas alturas de la película, uno sencillamente aspira a lo de la salud propia y de los cercanos, al bienestar de la familia y amigos y poco más. Me he pasado radicalmente al bando de los que disfrutan de los cotidianos detalles como si no hubiera mañana. El estrés y las batallas mundanas han quedado casi atrás.
Sin embargo, sí que le pido al nuevo año una mejor existencia para los desamparados, que los que vivimos en el mundo desarrollado ayudemos a mejorar la situación de tantos seres humanos que padecen la estupidez, la avaricia y la crueldad de concretos individuos y grupos que rigen los destinos del mundo.
Más solidaridad, más tolerancia, menos confrontación, más justicia social y menos iluminados le pido a 2026. Iluso de mí...