04/12/2025
 Actualizado a 04/12/2025
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Pues resulta que, no se sabe muy bien la causa de estos días turbulentos, se han infestado todos los animales de los que echamos mano para comer: vacas, gallinas, pollos y, por fin, desastre entre los desastres, los gochos... Tampoco se sabe quién es el causante de tamaño desafuero...; si los consejeros autonómicos, si el ministro de agricultura del gobierno central o si la puta Unión Europea.

Uno barrunta que «entre todos la mataron y ella sola se murió». Porque esta mala jugada no es culpa de la naturaleza: ella es muy sabia y si la dejásemos en paz, si dejásemos de agredirla un día sí y otro también, los hombres viviríamos más felices. Esta historia, macabra, distópica, es causada por la estupidez de los políticos a todos los niveles antes mentados.

Todo comienza a finales del siglo pasado, cuándo los yanquis parecía que habían conquistado el mundo. A sus élites, ignorantes, desequilibradas, ansiosas por el poder absoluto y la riqueza sin cuento, no les ocurre otra cosa que «globalizar» la economía y la geopolítica. En ese momento, muere el concepto de ‘Estado-Nación’ para crear el desbarajuste que padecemos. Europa, nuestra Europa, sigue sus pasos y crea la entelequia de ‘la Unión Europea’, en la que los Estados ceden parte (o toda), de su soberanía. Se trataba de que los explotadores ganases más y más dinero. En el tema agrícola, ganadero y pesquero, no hicieron más que hundirlo. Se abandonaron las políticas proteccionistas, las que protegían a sus labradores y ganaderos, de tal forma que era mucho más barato traer corderos de Nueva Zelanda que criarlos en Castilla, en León o en Extremadura, con lo que implica de logística y la huella de carbono que deja. Lo mismo ocurre con los tomates marroquíes o con la carne de ternera argentina o brasileña. ¿La conclusión?: el sector primario patrio (y el europeo), se fue a la mierda. También el norteamericano, pero eso, por lo menos a un servidor, le queda lejísimos y piensa que seguro que se lo merecen.

A toda esta movida se une una política ecologista que parece que la inventó un neuropsiquiatra después de una borrachera infernal. Los jabalíes campan por las ciudades, destruyen las cosechas de maíz o provocan accidentes de tráfico en las carreteras muy a menudo; ¿por qué suceden todas estas desgracias? Es sencillo: no hay depredadores que los apiolen..., y, secundariamente, porque los pueblos se están quedando vacíos de gente, por lo que los ‘singularis porcus’ se creen que todo el monte es orégano. Ahora parece que son los causantes de que haya vuelto a España la ‘peste porcina africana’ treinta años después... En el momento que una granja se contagie, el acabose: los precios del cerdo subirán como la espuma y los pobres consumidores no sabrán que comer, toda vez que otras ‘pestes’ han atacado antes a las vacas, a las gallinas y a los pollos, que han subido su precio exponencialmente.

Al final, como siempre, los que pagan el pato son los obreros, que les hay, aunque lleven cuello blanco y corbata. La ‘clase media’ también pagará en esta dinámica de locos. Los que se librarán, como siempre, son los ricos, a los que les tira de los cojones que el kilo de ‘entrecot’ esté a veinticinco euros el kilo, pongo por caso.

A las puertas de la Navidad, me pongo en el pellejo de todos los ciudadanos que van a supermercado a comprar los clásicos de las mesas de los españoles: los langostinos, el turrón, el pavo o el cordero: dejarán un dineral en las cajas de Mercadona o del Corte Inglés...; uno, que es un radical, ha decidido que, puesto que estamos en economía de guerra, hay que cortar por lo sano. ¿El menú de los días de fiesta?: berza, en forma de lombarda, lentejas para Nochevieja, como los italianos, y el resto, pues lo de siempre: garbanzos, ensaladas a gogó y sardinas o bacaladinas, que son muy socorridas y apañadas. Seguro que, en la India, en toda la África subsahariana y en muchos pueblos de Bolivia y de Guatemala la peña se tiene que conformar con bastante menos.

Estamos en un momento de la historia que requiere aquello de «a grandes males, grandes remedios»..., todo menos hacerle el caldo gordo al uno por ciento de la población mundial que ‘posee’ el noventa por ciento de la riqueza. ¡Que les den! Salud y anarquía.

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