Hoy es uno de esos días en los que me encantaría mandar a tomar por el saco a la prensa digital, a la de papel, a la radio y a la televisión. Así, de un golpe, porque me aburren. Todo viene porque están informándonos que tenemos mala salud y que no hacemos nada por conservarla. Desde las atroces campañas contra el tabaco (sí, sé de sobra que es malo; por lo tanto, ¿por qué permiten comprarlo?, es más, ¿por qué lo gravan con tantos impuestos?), a las no menos atroces contra los gordos, como si ser gordo fuese un delito de lesa humanidad, cuando la mayoría lo somos no por comer, sino que «estamos obesos de los nervios», y las falaces e interesadas campañas contra algún tipo de alimento que lanzan los ‘lobys’ de la competencia sin mayor, ni menor, rigor.
Uno que ya va para viejo, recuerda perfectamente cuando los médicos afirmaban que el pescado azul era lo peor que podía llevarse a la boca un hombre. Defendían comer pescado, claro, pero éste tenía que ser blanco: merluza, gallo, congrio... Las sardinas, las caballas, los chicharros, estaban desaconsejados, sobre todo para los enfermos, los viejos y los niños. Mira tú por donde, años después resulta que esos mismo médicos afirman que el pescado azul es la panacea, lo que todos los hombres deberían comer por lo menos dos veces por semana, porque tiene una grasa que viene muy bien al corazón. ¿Es que los médicos han espabilado tanto en tan poco tiempo? Lo dudo. Eran, y son, más listos que el hambre, que para eso han estudiado tantos años, por lo que entender este cambio de opinión no es fácil. También, recuerdo, la campaña contra los huevos. Que si tenían un montón de colesterol, del malo claro, que eran, poco menos que un asesino silencioso. Pues no. También resulta que los huevos no son tan malos, al contrario, son beneficiosos para la salud por que portan no sé que encima. ¿Y la carne de cerdo? Joder, mira que dieron guerra con la carne de cerdo... Pues tampoco es tan mala, tan miserable, tan asesina. A ver, la respuesta me la dio hace muchos años un amigo médico, de los de verdad, de los que lidian todos los días con la fila interminable de gente que acude, asustada, a los ambulatorios de la seguridad social: «Vicente, yo no puedo prohibir que coma chorizo a un paisano que lo ha hecho toda la vida. Lo que le digo que que coma un cacho al día, no una corra, que es, por las ganas, lo que haría». Pues sí, amigo Sancho, ese es el quid de la cuestión: la moderación a la hora de sentarse a la mesa, algo muy fácil de decir y muy difícil de hacer, sobre todo cuando en la mesa hay un alimento que te gusta. Llevarse a la boca un trozo de solomillo de cerdo asado, un lomo frito en la chapa de la cocina de lumbre, o un secreto a la plancha es muy placentero y no tiene porqué ser malo; todo lo contrario.
Ahora le toca el turno demoníaco al panga. Ya no lo sirven en lo comedores de los colegios andaluces y se ha retirado de las estanterías de ‘Continente’. Por lo visto este pez se cría en granjas en la desembocadura del río Mekong, allá en el exótico Vietnam, y es un río contaminado por demás, con altísimas concentraciones de mercurio y otros metales pesados. Sea en buena hora su retirada, entonces. ¿Cuando harán lo mismo con todos los salmónidos que abarrotan las estanterías de los centros comerciales y de las pescaderías? Las truchas y los salmones se crían, igualmente, en cautividad. Una vez vi un reportaje sobre la cría del salmón. Un científico francés había hecho un estudio sobre su alimentación. Huelga decir que daba miedo. El hombre dijo que, desde entonces, no había vuelto a probar ni una miaja de salmón y me pareció lógico. Me pareció absolutamente creíble, porque lo dieron en La 2, la única cadena de televisión que merece ese nombre.Este hecho es extensible, por supuesto, a la trucha. No los han retirado del mercado ni se espera que ocurra. ¿Por qué el fletán es denostado y no lo son la trucha y el salmón cuando, probablemente, sean igual de perjudiciales?
Porque de seguir esta regla de tres, no probar alimento que no sepamos fehacientemente lo que ha comido para su cría y engorde, llegaríamos a la conclusión que sólo podríamos comer aquello que nosotros cultivásemos o criásemos, labor imposible para el noventa por ciento de la raza humana.
Y de esta no se libran ni los ‘veganos’ que no sembrasen y recolectasen su comida, porque la verdura y la fruta no están libres de insecticidas, abonos inorgánicos y sulfatos para combatir las cien mil plagas que sufren las plantas (menos las mías, que por vagancia surgen a su bola).
De esta me hago monje cartujo, de esos que no hablan y si lo hacen es para decir al que se encuentran, «morir habemus»; a lo que el otro responde: «ya lo sabemus».
Salud y anarquía.

Pescado
09/02/2017
Actualizado a
07/09/2019
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