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Perder el tiempo

14/06/2023
 Actualizado a 14/06/2023
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Así como el animal vive en un casi permanente estado de alteración, el ser humano tiene la capacidad de ensimismarse. Durante el año vivimos alterados por las ocupaciones diarias, por horarios y plazos, por los jefes y los jefecillos, por los subalternos y también por los monosabios. Alterados, pendientes de todo aquello que no somos nosotros. Y si abrimos un poco más el foco es sencillo imaginarnos alterados como pequeños roedores, presintiendo el peligro muy cerca, quizás detrás de aquellos matorrales o en Bruselas, olfateando a los grandes depredadores, aunque no los veamos. Alterados por los más fieros felinos: los mercados, los organismos internacionales, los gobiernos, las autoridades europeas, las primas de riesgo, la inflación, los altos tribunales y los grandes titulares.

En teoría, en vacaciones desconectamos, dejamos de estar alterados. En verdad, necesitamos de ese «tiempo para mirar un árbol, un farol, para andar por el filo del descanso, para pensar: ¡qué bien, hoy es invierno!, para morir un poco y nacer enseguida y para darme cuenta y para darme cuenta». Necesitamos, de alguna manera, ensimismarnos. En teoría, en vacaciones, libres de despertadores, sobra día igual que agua en un buen caño, tenemos tiempo hasta para perder el tiempo que, para Unamuno, es una forma de ganar la eternidad. Pero parece que sentimos pánico a ese tiempo vacío que se nos ofrece virgen, por y para nosotros, exclusivo, horror vacui, y llenamos ese tiempo sin forma todavía de planes, no dejamos un resquicio a eso que, en propiedad, se llama tiempo libre: festivales, excursiones, catas, centros de interpretación de fauna y flora, museos y eventos sociales, incluso folklores y algunas procesiones. Todo vale, con tal de no tener un momento para detenernos y quedarnos a solas con nosotros mismos. A mí esto siempre me ha olido a miedo a detenernos, a sentarnos o tumbarnos en la hamaca, sin nada que hacer, sin ninguna distracción ni ocupación, sin otra compañía que la nuestra, a la que también se le suele llamar por otro nombre: soledad.

Pierdan el tiempo estas vacaciones, mírense el ombligo, escudríñense el alma porque, como decía Marco Aurelio: «No es fácil tropezar con un hombre que sea desgraciado por deja de entrometerse en lo que ocurre en el alma de los demás. Pero los que no escudriñan los movimientos de su propia alma, fuerza es que sean desgraciados».

Y la semana que viene, hablaremos de León. Lo prometo.
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