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Pensamiento, palabra, obra y omisión

29/03/2015
 Actualizado a 19/09/2019
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Nuestra sociedad vive entre contradicciones. Por ejemplo, reclamamos autenticidad (ser lo que se es) y vivimos luego de apariencias (simular lo que no se es o disimular lo que se es).

Entramos en la Semana Santa y nuestras ciudades y muchos pueblos se ven inundados de diversas manifestaciones religiosas que, de diversas formas, ofrecen visual y sonoramente el repaso por la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Estas muestras las protagonizan mayoritariamente Cofradías y Hermandades penitenciales. Quien haya optado con libertad por estar dentro de ellas, qué menos que pedirle coherencia con su condición de cofrade y abandono de su contrario, en rechazo de la posible contradicción a que acabamos de aludir.

En este sentido, estas agrupaciones y sus miembros deberían procurar ser fieles a sus raíces históricas, lejanas y cercanas, que, esencialmente, son criterios cristianos sobre el mundo y el ser humano (la cosmovisión, que se dice). Esta forma de pensar se proyecta en tres ejes fundamentales, que deben dar sentido a lo que se hace y se dice: el sentido del pecado, es decir, de nuestras actitudes inhumanas en pensamientos, palabras, obras y omisiones; el arrepentimiento, que reconoce que todos tenemos algo o mucho ‘de la huerta del tío Pedro’, y su hermana menor que es la penitencia, más del corazón que de signos externos, por duro que sea destrozar el hombro en la puja o acabar sangrando por los pies; y la gracia, el término natural del proceso de todo creyente, que acaba por entender y experimentar que todo es regalo de la ternura de un Dios que no tiene nada que ver ni con las iras de un Júpiter tonante ni con las argucias de un agente de la CIA ni con las perezas del mejicano que dormita bajo sombrero de ala ancha.

Además de lo dicho, nunca podrá estar ausente el sentido de unidad con los demás, de solidaridad, de comunión; el cristiano es quien, aunque diga “yo”, está diciendo “nosotros”. Y puestos a exigir, añadamos otras dos características, que, francamente y con perdón por un posible error, parecen ser las que mejor se cumplen, aunque siempre sean manifiestamente mejorables: la sensibilidad y el gusto estéticos a la hora de poner en la calle procesiones y pasos, como vehículos que fácilmente pueden mostrar la hermosura de lo sobrenatural, y, para culminar, la generosa manera de ofrecer a todos, cercanos y lejanos, el pregón de una Buena Noticia, concentrado en la catequesis itinerante que son estas muestras de piedad popular. Hágase y... ¡que sea enhorabuena!
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