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Pecadillos

09/08/2025
 Actualizado a 09/08/2025
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Recuerdo la pegatina que mi hermano Jorge tenía en una puerta del armario de su habitación. En el reverso, para preservarla de las miradas cicateras de los que se aventuraran a juzgar su libertad de expresión. Era la caricatura de un conocido político de la época, vestido con hábito marrón, en actitud piadosa. En el adhesivo, unas acusativas letras coloradas rezaban ‘Fray X confiesa sus pecadillos’. La X habrán de suponerla ustedes. No es cuestión de andar aireando los devaneos políticos de casa, no sea que vayamos a tener un drama familiar. Ya bastantes surgen, sin buscarlos, en eventos varios por divergencias ideológicas, que se convierten, a veces, en batallas campales. 

Los que campan a sus anchas son esos falsos títulos expedidos que como churros empapan el chocolateo de la vida pública embarrando la más alta institución académica de cualquier sistema educativo. 

Los que tenemos hijos sabemos los rigores y esfuerzos que atraviesan en segundo de bachillerato antes de hacer esa dura prueba de acceso que condiciona su futuro y les causa tanto desasosiego. Las dolorosas esperas para ver aparecer su nombre en una lista, el peregrinaje por distintas universidades en busca de la carrera soñada. Las desigualdades territoriales que se generan, los agravios comparativos en función de los centros de procedencia. Son motivos de encarnizados debates, pero que siempre parten de la base de un esfuerzo por parte del egresado que pretende comenzar una carrera que le llevará a desempeñar el puesto que anhela o que el futuro le depare. 

Y de repente llega el vanidoso o vanidosa de turno para colgarse una medalla que le corresponde después de haber desembolsado el correspondiente fajo de billetes o cualquier otro favor que le ocasione tan inmerecido beneficio.

Y al final se presentan presumiendo de exámenes que no han realizado, de épocas que no han vivido, y luciendo medallas que no han sudado.

Pero ya lo decía Quevedo en su célebre letrilla satírica: «Madre, yo al oro me humillo, él es mi amante y mi amado, pues de puro enamorado de continuo anda amarillo. Que pues doblón o sencillo hace todo cuanto quiero, poderoso caballero es don Dinero».

Parece sencillo cometer tal ‘pecadillo’, pero el pueblo no perdona tal desfachatez, al final triunfa la honradez, y siempre se pilla al pillo. Y los necios que se auto titulan mal favor se hacen porque siempre hayalgún titán, que desenmascara al rufián. 

Aunque sea un millonario y se esconda dentro de cualquier armario.

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