Que la política emponzoña cualquier cosa en la que se ve involucrada es un hecho demostrado en reiteradas ocasiones.
Este pasado fin de semana pudimos constatarlo con la polémica que enturbió, una vez más, Eurovisión. Se supone que los protagonistas absolutos del evento son la música, las canciones y sus intérpretes. Pero se ha mezclado con una polémica del todo ajena a los mismos, desplazándolos y desluciendo el festival. Lamentable.
Sin embargo, hoy quiero referirme a otro asunto. En concreto, a la vergonzosa forma de gestionarlo por parte de las administraciones competentes.
Hablo de la situación en el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas, en cuyas instalaciones habitan o pasan las noches cientos de personas sin hogar.
El aumento de esta tendencia ha llevado a tensiones con los empleados, conflictos, problemas de higiene, de seguridad…
Algunas de estas personas perciben una jubilación o tienen un trabajo cuyo sueldo no les permite acceder a un alquiler o a una habitación. Del todo incoherente, ¿no? Otra de las quejas planteadas es que muchos sufren adicciones o trastornos mentales.
Cabe aquí cuestionarse si esa es la razón de que duerman en el aeropuerto o justo al revés, si tal vez son las circunstancias y el hecho de tener que recurrir a esta medida desesperada lo que les ha causado los trastornos y empujado a las adicciones.
Aena, el ayuntamiento, la comunidad de Madrid y los ministerios implicados no parecen interesados en las respuestas, se traspasan la responsabilidad entre ellos como si de la patata caliente se tratase.
Para quien no lo conozca, es un juego en el que una patata pasa de mano en mano mientras suena una canción. Cuando se interrumpe la música quien tiene la patata en su poder, queda eliminado. Por eso hay que quitársela de encima rápido, como si abrasara. La falta de voluntad por buscar una solución adecuada deja entrever la calaña de los responsables. Porque esto es la vida real, no un juego. Y estamos hablando de seres humanos.