Pasear por León es toda una experiencia. Arquitectónica y patrimonial en el Casco Histórico, culinaria y disfrutona en sus barrios del centro. Tranquila junto al Bernesga o deportiva en La Candamia. Se torna también descuidada en algunos puntos de las afueras, o en las calles destinadas al jolgorio (antes de que se engalanaran para estos días festivos, claro). Pero es toda una vivencia singular, sin duda. León es una capital para todos los gustos.
Las ciudades acogedoras, diversas, cómodas y accesibles son aquellas que ponen a las personas en el centro. Esta en la que vivimos –motu proprio o por orden de quien haya querido en Europa– devolvió hace un tiempo el espacio a los peatones en las calles principales, no sin sonadas quejas de distintos sectores que si pudieran subirían en coche hasta la puerta de casa. La experiencia hasta el momento supongo que da la razón a aquellas políticas que buscan que los lugares que habitamos sean cada vez más saludables y menos hostiles. Porque las personas que no tienen la oportunidad de vivir y trabajar en medio del monte también merecen un lugar de convivencia que cuide sus necesidades, aunque de primeras no sepa ni que las tenga. Y no hay que olvidar a los paseantes, que aquí son muchos.
Pero la ciudad no solo la hacen las políticas, sino que la moldea la ciudadanía. Y por suerte. Aunque cada vez se vean menos bancos, las escaleras se pueden convertir en las gradas de un anfiteatro, y los banzos o los alféizares de las ventanas sirven para esperar a alguien que llega tarde (comprobado cada tarde de viernes en cierta sucursal ubicada en Santo Domingo). La arquitectura hostil –compuesta por poyatas inclinadas, bancos individuales o bolardos a discreción– no ha impactado (del todo) en una capital que acoge a sus paisanos y les da lugar para sentarse. Que se lo digan a los cónclaves vespertinos de la plaza San Marcelo.
Pero esta semana, sea cosa de políticas municipales o no, esta ciudad ya no la recupera el peatón, sino el papón. Aunque en caso de León decir una semana al año puede significar que te encuentres a una banda y a un grupo de cofrades pujando una buena tarde de septiembre (nunca dejarán de sorprenderme, y parece que algún párroco leonés también). Y es ahora cuando los contenedores son palcos de lujo o los soportales de las tiendas sirven para guarecerse de la lluvia. Muy necesarios en los últimos años, por cierto.
Aunque es inevitable jurar en bajito cuando una comitiva de este tipo no te deja llegar a casa por el camino habitual, qué gusto da poder recorrer Independencia por el medio de la carretera. ¿Será que la iglesia también piensa en urbanismo? En fin, León, una ciudad para que todos los gustos salgan a pasear.