Alfonso Martínez color

Parece mentira

04/12/2025
 Actualizado a 04/12/2025
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Parece mentira que, con lo que nos gusta actuar en este nuestro terruño, no seamos capaces de conseguir que alguien reabra de una santa vez nuestro añorado Teatro Emperador. 

Parece mentira que hayan pasado casi dos décadas desde que su telón bajase por última vez mientras los gestores de la cosa pública hayan optado de nuevo por desafiar al gélido otoño leonés para declamar promesas y hacerse fotos ante su fachada en lugar de sentarse a la mesa de trabajo para que de verdad algún día puedan subirse al escenario para inclinarse ante un público que con absoluta seguridad les brindaría una ovación de gala.

Parece mentira que la sucesión de decepciones haya conseguido vencer a un sentimiento tan potente como la esperanza y que el nivel de incredulidad tienda a infinito cada vez que alguien anuncia que ahora va la vencida, que la representación va a ser todo un éxito y que no se les va a caer el decorado encima de la cabeza porque alguien falle en el verdulero manejo de esa inmensa tramoya en la que últimamente se ha convertido la política.

Parece mentira que vengan de Madrid a decirnos quién puede y quién no puede entrar a ver cómo están ahora mismo sus majestuosas escaleras, los estrechos pasillos que separan las filas de sus estrechas butacas o ese característico ornamento que aparenta nobleza material a base de cortinajes, alfombras y escayola pintada en tonos calientes y salpicada con elementos dorados.

Parece mentira que el teatro sea de todos los leoneses y no del ministro de turno y de sus correveidiles, que se creen con autoridad suficiente para dejar fuera a los periodistas y reporteros gráficos que llevamos peleando por su reapertura con todos sus antecesores desde hace dos décadas y que lo seguiremos haciendo con sus sucesores.

Parece mentira que las soluciones se anuncien cuando a quienes mandan ya no les va a dar tiempo a materializarlas ni aunque la agonía de la legislatura se prolongue más incluso que la de Violeta en ‘La Traviata’.

Parece mentira que ya no confíe en volver a sentarme en el lugar en el que vi por primera vez ‘El Rey León’ sin saber que poco tiempo después me sentiría como Simba, aunque sin su capacidad para asumir aquello de que «ningún problema debe hacerte sufrir».

Parece mentira que dé casi por sentado que no volveré a vivir un concierto en el escenario del Teatro Emperador como el que tuve la suerte de presenciar de Manolo Escobar con todos los éxitos que me enseñaron a cantar mis abuelas.

Y parece mentira que –al igual que con Feve– no me vaya a rendir ante quienes quieren torearnos a perpetuidad.

Parece mentira, pero no lo es.

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