No hay duda de que el fútbol sigue actuando como gran espectáculo global, de tal forma que es capaz de anular incluso la realidad, o dejarla en muy segundo plano. Como siempre decimos en estos casos, el fútbol hace hoy la función de aquel ‘panem et circenses’ de Roma: una manera de agradar al pueblo, de mantenerlo entretenido y ocupado, alejado también de los asuntos del poder, donde últimamente el ruido parece excesivo y desconcertante.
Pero no sé si este Mundial de fútbol nos puede separar de los muchos problemas del presente. Quizás sólo por unas horas, y, desde luego, no a todo el mundo. Pero así es como se vende: como una oportunidad para olvidar tanta oscuridad, para ilusionarse (con una victoria futbolística, eso es todo, ya que, con otros asuntos de más enjundia, la cosa está difícil).
Un Mundial es un show, claro que sí. Sobre todo, un show. Hasta Luis Enrique lo dijo. Él aportó al show lo que pudo, en la creencia, seguramente comprensible, de que convertirse en ‘streamer’ le daría un plus de modernidad y de cosa. Más con un grupo de futbolistas tan jóvenes, que lo encontraban ocurrente y se echaban unas risas cuando lo veían, o eso dijeron. Tuvo éxito en ese cometido, bastante más que en el deportivo, me temo. La prensa se sintió a menudo puenteada, pues el Luis Enrique de las ruedas de prensa y de los canutazos resultaba menos atractivo y menos interesante que el de Twitch, donde parecía desaparecer toda barrera, donde hablaba de lo divino y de lo humano, con bastante buen humor. En fin, cosas que pasan.
El fútbol, dicen algunos, es una metáfora de la guerra, también de la vida y de la muerte. Y aunque un Mundial se presenta como una celebración de la globalidad (y de la diversidad), lo cierto es que también se presenta como una manifestación de poder. Lo que no evita que sea una sucesión de éxitos y decepciones, de felicidad y depresión. Como espectáculo, es una muestra de poder para quien lo organiza, una forma de presentarse ante el mundo, un intento de mostrar que, de una forma u otra, polémicas aparte, está en la pomada de la globalización. El fútbol es hoy una herramienta poderosa en este sentido.
Aunque en este Mundial ha primado el orgullo nacional, como no podría ser de otra forma, el deseo de mostrar la esencia de cada país participante, especialmente en algunos casos, lo cierto es que el éxito para algunos ha consistido en entrar en el gran paisaje del fútbol global. Los aficionados de Marruecos lo han dicho a quienes les han preguntado: ganar a España, a Portugal, a otros países, presentarse en semifinales, es para ellos un golpe de modernidad, y al tiempo una manera de mostrar al mundo su idiosincrasia. Una forma evidente de reivindicarse en un terreno que va a ser reconocido con facilidad a nivel popular, que va a provocar gran admiración, que les va a insuflar una energía y una fuerza psicológica que quizás de otra forma sería mucho más difícil de alcanzar. En este sentido, para ciertos países, el fútbol podría tener un significado mucho más profundo que el de un simple espectáculo de masas, un alivio rápido para los problemas cotidianos, como parece ser el caso, sobre todo, en Europa. Se trata, creo, de algo mucho más poderoso para ellos. Algo que definitivamente incluyen en el curso de la Historia. Aunque en apariencia sólo sea un partido de fútbol.
Creo que este Mundial ha mostrado un paso delante de los equipos asiáticos y africanos, un avance que ya había empezado a ser evidente, aunque no en tan gran medida, en ocasiones precedentes. ¿Es una revolución global? ¿Es el fútbol un camino relativamente sencillo para incorporarse a una forma de modernidad? Algunos analistas lo han visto como el regreso de los países que fueron objeto del colonialismo, que ahora vuelven para conquistar los trofeos, destronando a sus colonizadores. El entrenador de Marruecos, preguntado sobre su rival favorito para semifinales, dijo de inmediato: “Francia, Francia”. Varios jugadores de la selección marroquí juegan en ella aún cuando no nacieron en el país: lo hacen, dicen, por respeto a los orígenes de sus padres o sus antepasados. Por tanto, es una decisión que supera lo meramente futbolístico. Hay en juego, sin duda, un sentimiento superior.
Pero esto no sucede sólo con las selecciones asiáticas y africanas que han dado algunas sorpresas en este Mundial. No ha sido sólo Marruecos, aunque ninguna ha llegado tan lejos. Lo cierto es que las selecciones latinoamericanas, algunas de gran relevancia histórica, siguen viendo en el Mundial una reivindicación también de su potencia como países, de su identidad y de su significado en el contexto global. Vencer en el fútbol global es una forma de ganarse respeto (y admiración). De ahí que la derrota de Brasil se haya interpretado de inmediato como una tragedia enorme, shakespeareana (al menos si lo comparamos con las derrotas de Inglaterra, Bélgica o España). Y más por cómo se produjo. El fútbol es un espectáculo festivo y vertiginoso, pero también es el lugar perfecto para expresar el tamaño de una tragedia. Esa tragedia es directamente proporcional a la importancia que el fútbol tiene en un país. Y por eso Neymar lloraba, no sólo por lo que suponía personalmente, sino porque fallar sería leído por la mayoría como fallarle al país. Es desmesurado, claro, pero creo que es así.
Inversamente, la victoria in extremis de Argentina ha sido interpretada en el mismo tono desmesurado. Tanto, que muchos de sus jugadores acabaron desnortados, o lo parecían, incluso en la victoria. Messi dijo cosas que quizás nunca le habíamos escuchado (no suele hablar mucho, es cierto). ¿Por qué? Porque se mascaba la tragedia. Se mascaba físicamente, como quien masca tabaco. Y esa tragedia superaba por entero lo meramente futbolístico.
Se lo dijo el estupendo novelista argentino Eduardo Sacheri a Orfeo Suárez en ‘El Mundo’. Conocí a Sacheri hace ya algunos años, antes incluso de su éxito reconocido con ‘La noche de la usina’, que fue Premio Alfaguara. Y que fue llevado al cine, como recordarán. Lo cité en la universidad y vino amablemente, hablamos un tiempo largo, en dos ocasiones. Ahí están sus cuentos de fútbol. El fútbol en Argentina, como uno de esos universales, inextricables, quizás, como una filosofía. Le dijo a Orfeo Suárez que Argentina siente que está llamada a un futuro de grandeza «que hace cien años nos empecinamos en desmentir. (…) Esa discordancia entre lo que creemos que deberíamos ser y lo que somos, la resuelve el fútbol». Puede entenderse. Es una filosofía. O una religión. Argentina, no se olvide, ha tenido a Dios en sus filas. Y a ese dios rezaban.

Para qué sirve el fútbol
12/12/2022
Actualizado a
12/12/2022
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