Apenas han pasado unos días, unas horas, de la elección del nuevo papa, pero miras a tu alrededor y tienes la sensación de que ya se ha dicho todo sobre él. Hay una ansiedad informativa, pero no sólo, que acompaña a la designación del nuevo pontífice, y creo que tiene que ver con la tensión del momento, con lo apretado de las horas del cónclave, y toda esa performance, que es un ritual, claro, pero que se parece tanto a una performance mediática.
En fin, ya pasó todo. Muy, muy rápido, Prevost se abrió camino. No tenemos los detalles (es secreto, como sucede con el Consejo de ministros), pero dicen que el cardenal estadounidense, peruano también, incluso, un poco, español, se puso pronto en cabeza y desbarató (en fin, son rumores) todas las opciones más conservadoras. Tal vez fue así, tal vez alguna vez lo sabremos. O tal vez no. Pero, qué importa. Como suele decirse, el resultado es lo que cuenta. Ahí está la película ‘Cónclave’, tan recomendable, que nos enseñó bastante de todo esto, incluso más allá de lo que ya suponíamos.
La elección de un papa atañe fundamentalmente a los católicos, pues es su representante, pero parece obvio que supera a su propia grey, y, con las herramientas actuales, se convierte inexorablemente en un espectáculo mediático. Desde la muerte de Francisco hasta el inicio del cónclave se ha sucedido un gran vértigo informativo, con el despliegue de muchísimos corresponsales en las calles de Roma. Y eso aumentó exponencialmente con las reuniones consultivas previas de tan vasto grupo sacro, más internacional que nunca en la historia (necesitaban conocerse, decían, pero creo que Prevost ya figuraba muy arriba en las intenciones de los cardenales desde hacía tiempo). Luego, el cónclave propiamente dicho, con la parafernalia estética que reconocemos, y con la colocación de la chimenea sobre la capilla, no hizo otra cosa que aumentar esa especie de sensación de tiempo suspendido, de historia detenida. Algo extraño, en este mundo tan acelerado en el que incluso Trump dijo que le encantaría ser papa. Y se vistió de él a través de la Inteligencia Artificial. Qué muchacho.
Los ingredientes de la elección papal, aunque se trate de un asunto religioso y muy seguido por los creyentes, conforman también un gran evento mediático, que nadie podrá negar. La solemnidad, el colorido fascinante de los trajes, la decoración del entorno (arte por doquier y Miguel Ángel como interiorista, qué más se puede pedir), junto a la perfecta coreografía de los rituales, me parecen cosas realmente imbatibles. Sin duda, nos fascina ese minutado de las diferentes fases del proceso, el ir y venir de cardenales (nunca tantos, y nunca tan proclives a atender micrófonos, hasta el punto de que hemos asistido a múltiples entrevistas, entre los más dicharacheros). Pero lo mejor de esta ceremonia, el elemento narrativo por excelencia, que le da gran potencia mediática, es, por supuesto, el suspense. Como en las mejores historias, lo más atrayente aquí es el desconocimiento de quién va a salir elegido para el cargo. El suspense mantenido mientras las votaciones tienen lugar en el silencio y el secreto de los muros de la Capilla Sixtina es definitivo para que medio mundo, o todo, no pierda ripio de lo que sucede.
Y supongo que, más allá de las cuestiones espirituales, eso es lo que hace que la ceremonia de elección papal tenga tanto seguimiento y desate tanta pasión y euforia. También, claro, la relevancia del cardenal elegido, por mucho que se diluya, o se intente, su ideología, su importancia política, y todos estos asuntos más terrenales a los que también está llamado.
Se dice que Prevost y León XIV son personas distintas, aunque desde luego sean la misma, porque, desde el momento en que ese cardenal llegó al balcón de San Pedro, ungido según su fe por el Espíritu Santo, y urgido, eso seguro, por los muchos asuntos graves que ha de acometer, su papel era ya muy otro del que tenía apenas unas horas antes, y quizás sus afanes, y sus miedos. Me pareció que Roberto Prevost Martínez llegó a ese balcón que miraba al mundo (Roma siempre es el mundo) con la seguridad, o casi, que otorga el saberse que iba a ser probablemente elegido, pero, como hoy las cámaras lo revelan todo, me pareció ver en él cierto nerviosismo a duras penas controlado, cierta tensión mandibular más que evidente, y unos ojos, aunque parapetados detrás de unas gafas, indudablemente vidriosos y enrojecidos. Todo eso creí ver aquella tarde romana. Y todo eso me gustó, porque para mí, cuantos más rasgos humanos haya en un papa, tanto mejor.
Pronto corrieron ríos de tinta sobre el carácter abierto y la actividad misionera de Prevost, que no es, ni muchísimo menos, un recién llegado, sino un profundo conocedor del cargo (o ministerio) al que arriba. Se le encomienda una tarea ciclópea, claro está. Y eso, por más que tengas fama de hombre tranquilo y sereno, siempre produce cierta revolución interior.
¿Qué poder tendrá León XIV en el devenir del mundo? No será fácil para él. El momento es malo, tirando a peor. Y de ahí quizás la elección, buscando consensos y el perfil social. Y, de ahí, ese nombre, que lo coloca en línea con León XIII, del que tanto hemos sabido de pronto, aunque bien recordamos ‘Rerum Novarum’, porque es una de las encíclicas más famosas que existen. León XIV ha visto que, en medio de esta nueva revolución industrial, o más bien tecnológica, y en medio del nuevo autoritarismo que anula las clases medias y está destruyendo a los pobres (inmigrantes incluidos, sin duda), el papel tiene que ser el de un luchador por la justicia social, por la dignidad y la justicia en el trabajo. Por los más desfavorecidos. Ese ha de ser el papel de la iglesia, claro: pero más ahora.
Con apenas unas horas como papa, a León XIV le han surgido todo tipo de apropiaciones, derivadas sobre todo del entusiasmo popular de sus fieles, no tan distinto de un fenómeno fan. Lo han reivindicado como propio aquí y allá, es norteamericano pero peruano, español en cierta medida, pues visitó muchos de los colegios de la orden agustiniana a la que pertenece, leonés también bastante (y no sólo por el nombre), pero, sobre todo, padre favorito de las gentes de Chiclayo en el Perú, donde imagino que lo aprendió casi todo sobre las fragilidades del mundo y sobre el ser humano. No parece que le haya hecho gracia a Trump. Y menos a Vance, con el que tuvo un rifirrafe. Se dice que lo han elegido como contrapoder, para poner un poco en su sitio al a menudo un tanto desaforado populista norteamericano. Ya sólo por esto, parece que Prevost ha sido elegido en buena hora. Que el cónclave dio en el clavo. Pero bueno. Ya iremos viendo.