Al empezar a escribir estas letras, me pareció recordar que en algún artículo de hace tiempo ya había utilizado este título. Pero, mirando los archivos, no fue exactamente así. Una vez lo titulé ‘Circo sin pan’ y otra ‘Pan y fútbol’. No los he vuelto a leer para que ahora no me condicionen. ‘Pan y circo’ es la expresión más original, la que se empleaba para describir la fórmula que utilizaban los emperadores romanos para tener dominado al pueblo. Acabo de recibir de mi familia, desde León, fotos y vídeos de la gran movida que está teniendo lugar con motivo del recientísimo ascenso de la Cultural a Segunda División. Me alegro por ellos y deseo que lo disfruten, aunque, sin ser entusiasta del fútbol y por razones de vecindad, preferiría que fuera la Deportiva Ponferradina quien estuviera celebrando semejante festejo. Creo que aún está a tiempo. Y, si ascienden los dos equipos, todos muy felices.
Aunque no es la envidia mi pecado capital, muchas veces me pregunto, en la mañana de algún domingo, por qué con el mismo entusiasmo con que, nieve o llueva o hiele, la gente va al fútbol, no acuden a la misa dominical como al cercano campo de fútbol del Toralín. En realidad, no son prácticas incompatibles. Pero no es este el tema que ahora nos ocupa. Es gravísima la situación que está viviendo España, cuya democracia parece que está en peligro de muerte. Los socialistas honrados y sinceros deberían darme la razón. Imaginemos por un instante que todas las conductas que ahora se atribuyen a las personas más cercanas al Presidente del Gobierno, y a él mismo, se pudieran atribuir a cualquier gobierno de otro signo. Estarían las calles abarrotadas de gente con no menor afluencia que la que tiene lugar por el ascenso de categoría de un equipo de futbol, o de una selección.
No se trata ahora de entrar en el típico debate que siempre ha existido entre partidos de diferente signo, cuando era posible y normal la alternancia en el poder y no se anteponía tan descaradamente el bien particular o partidista al bien de España; cuando se acataban las resoluciones judiciales y no se deslegitimizaba el poder judicial; cuando la corrupción no era tan burda, generalizada y diversificada. No hace falta poner ejemplos, pues están en la mente de todos. De la misma manera que sobran ejemplos de la mentira constante tan fácil de constatar acudiendo a las hemerotecas. Pero lo triste no es que haya quienes mienten, manipulan y toman el pelo, sino que el pueblo no se entera y permanece indiferente.