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Palestina y muros que saltan por los aires

13/10/2023
 Actualizado a 13/10/2023
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Hace unos años visité los Territorios Ocupados y Gaza para hacer un reportaje sobre Médicos Sin Fronteras y su programa de salud mental para la población palestina. Comprobé allí lo que ya sabía, que los Territorios Ocupados y Gaza son dos mínimas franjas de tierra, rodeadas de muros y soldados por todas partes. Que nadie puede entrar y salir libremente. Que allí no hay lugares de esparcimiento, ni árboles, ni una brizna de verde. Que lo que hay son personas hacinadas que dependen en gran medida de cruzar la frontera para sobrevivir. Que no hay trabajo, ni horizonte. Ni físico ni mental. Los niños juegan entre las piedras y la basura o encerrados en sus mínimas casas. La nube de tristeza se veía desde la distancia, era algo físico, palpable. Diariamente el gobierno israelí instauraba nuevas normas que dificultaban cada vez más el movimiento y la supervivencia de los palestinos: hoy no se puede cruzar por este paso; aquí, al borde del barrio palestino, vamos a levantar una colonia de casas de judíos ortodoxos. El odio y la desesperación iban echando raíces cada vez más profundas. 

Cuando llevaba ahí una semana, falleció Yasser Arafat. Y nos evacuaron a todos de urgencia a Jerusalén. El fotógrafo que me acompañaba y yo decidimos ir hasta la Mukata, la antigua sede del gobierno palestino, para presenciar el momento histórico del funeral de Arafat. Miles de palestinos se dirigían hacia allí. Muchedumbres silenciosas, jóvenes, mayores, mujeres, niños. El gobierno israelí había cortado la carretera y solo se podía ir a pie. Kalashnikov disparando; mujeres aullando de dolor. ¿Ahora, qué va a ser de nosotros? El fotógrafo me aconsejó quedarme fuera del patio de la bombardeada Mukata, por si había algún incidente violento. Me subí a una tapia y esperé durante horas. Detrás de mí había una casita. Una señora mayor con hiyab se acercó y, por señas, me ofreció agua y me indicó si quería usar el baño. Miré a esa mujer que había sido hermosa, con una casa llena de libros, ella compuso una expresión desconsolada y las lágrimas le rodaron por las mejillas. 

Después he vuelto a Jerusalén, y siempre me acongoja el odio que se lee en las dos partes, judíos y palestinos. Una rabia que lo impregnaba y lo impregna todo. Y crece y crece. Lo que está sucediendo era predecible. No se puede tener encerrada a la población de un país durante décadas tras un muro como si estuvieran en un campo de concentración. En algún momento, todo salta por los aires. Porque los que están fuera han convertido la vida de los que están dentro en un infierno, les han hecho creer que su vida no vale nada y, si no vale nada, ¿por qué no arriesgarla? Usarla como proyectil contra los que están fuera. Pum, hacer que algo suceda, que algún muro salte por los aires. 
 

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