11/05/2025
 Actualizado a 11/05/2025
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Quizá sea influencia de ‘El nombre de la Rosa’, ‘Los pilares de la tierra’, ‘Las sandalias del pescador’ o cualquier libro o película en la que aparezcan monjes y mármol, capillas y salmos latinos, campanas llamando a maitines y rezos mezclados con intrigas. Lo cierto es que el cónclave nos ha hipnotizado durante días, desentrañando los detalles más pequeños. Los nombres y expresiones de cada ritual atraen como imanes. Parecen elegidos para dar más misterio a lo que ocurre tras los muros. Cada frase resume un acto completo y cada imagen simboliza algo, sin lugar para lo improvisado. Ya la primera estampa de las puertas cerrándose y aislando a los cardenales electores, con la frase «Fuera hombres», te lleva a imaginar escenas sumamente intrigantes. Solo podría llamarse Cónclave. Desde ese momento, puede más el misterio de lo que se esconde bajo llave que la pompa y el boato que nos ofrecen como entretenimiento, y uno preferiría estar al otro lado de la puerta. Contrasta lo histriónico de la Guardia Vaticana, tan difícil de mirar, con esos pequeños detalles tan sutiles que, a golpe de estricto protocolo, han conseguido conservar durante siglos para elegir a un Pontífice, manteniendo métodos casi artesanales en la era de las redes virtuales. 

Cuando el miércoles, 7 de mayo de 2025, anunciaron el comienzo del Cónclave, con la misa ‘Pro eligiendo Pontífice’ a las cinco de la mañana, casi oyes el arrastrar de hábitos e imaginas una hilera cárdena y blanca avanzando por las penumbras del Vaticano, camino de la capilla, dejando una estela de rezos tras ellos, deambulando y cumpliendo protocolos y rituales, hasta acabar encerrados en la Capilla Sixtina, jurando solemnemente confidencialidad, con los frescos de Miguel Ángel como únicos testigos de los secretos y pactos en la elección del líder de la Iglesia. Posiblemente, una imagen producto de lecturas y del cine. Todo ello siguiendo el orden y liturgia que se estableció ochocientos años atrás. Desde entonces se han fraguado detalles ínfimos, que los profanos no sabemos apreciar. Asombra la sencillez de los métodos. Las papeletas en las que cada uno escribe el nombre del elegido, disimulando la letra, doblándola después en tres partes, porque cada detalle importa. El recuento de votos y la aguja ensartando papeletas en un hilo, como hacíamos en mi pueblo, enhebrando las fresas en una hierba. Y el fuego como método ancestral para dar la noticia. Así de sencillo repiten el ritual durante siglos, sin importar el tiempo, que solo parece preocupar a los que esperan fuera, en el mundo real, haciendo cábalas, conjeturas y quinielas mientras bajo llave, lo espiritual y terrenal hacen masa, envolviéndolo todo con un halo de misterio. Política, luchas de poder y rezos compartiendo espacio. Lo humano y lo divino. Lo práctico y lo teórico. El hombre y el Espíritu Santo. Y el resultado de todo ello reducido a lo más efímero: el color de una bocanada de humo, anunciando algo tan sumamente importante. Humo blanco o humo negro. Una de las pocas cosas en las que ha sido necesario innovarse porque la mezcla de papeletas con paja húmeda o seca no garantizaba el tono deseado y hubo que recurrir a productos químicos y acompañar con un repique de campanas la fumata blanca, añadiendo emoción a la noticia. 

Para entonces, el nuevo Pontífice estará en la Sala de las Lágrimas, poniéndose las ropas papales, posiblemente llorando de emoción, porque en breve se oirá en el balcón el «Habemus Papam» tan esperado. Y se refieren a él. Un hombre nervioso cubriendo el temblor con una sotana blanca con los treinta y tres botones de la edad de Cristo, esclavina roja y estola purpura. La Cruz dorada y el anillo del Pescador. Lo que simboliza ese anillo da para varias páginas y, tirando del hilo, nos haría desandar los siglos, hasta San Pedro, el pescador que acabó siendo el primer Papa de la historia. Aislando el valor económico y el componente religioso, son mil símbolos encajados unos en otros, como una laboriosa filigrana, formando un conjunto hipnótico. Esta liturgia ha conseguido conservar esa oscuridad y secretismo, que fascinan incluso fuera del ámbito religioso. El ritual hecho de rituales. El misterio hecho de misterios. 

Y bajo el balcón, una plaza desbordando emociones. Personas de todas las edades lloran, aplauden y comparten la incertidumbre de la espera. Una multitud celebrando lo mismo. Unos por fe, por creencias; otros por turismo, por curiosidad, porque pasaban por allí, por lo que sea. Cabían todas las banderas y razas, y lloraban y reían todos en el mismo idioma. Cualquier acontecimiento es bueno si reúne a ciento cincuenta mil personas, en paz, con la falta que nos está haciendo.

Contarán los libros que eran las 18:07h de un jueves, 8 de mayo del 2025, cuando jirones de humo blanco y dos gaviotas sobrevolaron el Vaticano. Había sido elegido el sucesor de Pedro, número 267. La paja estaba seca. Dirán que entre sus raíces hay tierra española. León, quiso llamarse para ser historia.

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