Cuando a un basta ya le sigue otro basta ya y a este otro, la determinación con la que parece hacerse la exclamación velada queda en entredicho y se reconvierte en interrogante, tal vez porque la rabia mengua y deja de estirar los extremos de ambos signos. Se queda en un «¿basta ya?» o en un «‘basta ya’» que se queja abatido y muda a reflexión filosófica. Es lo que tiene tener tiempo para caminar en círculo, desde una consulta de oncología berciana.
Después de pensar en el abandono de alguien que lleva sin dormir desde que le dijeron que tenía armas para luchar contra algo que llevaba dentro y con el que pensaba que tenía un trato cordial. Después de sentirse solo y vacío. Después de los «por qué a mí, qué he hecho yo para merecerlo?». Después del «no se lo cuentes hasta que no sepamos más, calla que se van a disgustar», llega el capítulo de encontrarse una consulta de cine, en la que cada día dan una nueva película. Hoy no hay oncólogos, mañana sí. Parece un chiste de fianzas, pero aquí la carcajada cuesta una vida y pesa mucho reírse cuando la rabia hiere. ¿Ser Bierzo es esto? Es la pregunta que cierra el círculo en ese camino incierto dentro del Hospital. ¿Es una tierra maldita, a la que nadie quiere llegar, pero todos vienen a fotografiar? ¿Es el amante escondido al que se ha de rechazar en público? ¿o el oro de Moscú que se quiere rebajar en importancia para devaluar? Perderse en definiciones no sirve en este círculo, dice el paciente. Tampoco que una gerente dimita después de cinco años sin salir de, pongamos, la caverna de un despacho en el que se anunciaba que era ella la que llevaba las riendas de un servicio ya en los estertores, casi agusanado antes de la estocada. Poco sabemos de ella, tal vez lo que más, que será sustituida por un neumólogo.
Hoy hablamos de sanidad, siempre en el envés de las cosas, cuando un problema «causal» de vacío de oncólogos en un servicio en el que no se curan catarros, se convierte en un ahogo estructural que ni con quimio se resuelve. Se va la gerente, Morala y Ramón viajan a Valladolid a pedir que este abandono acabe, y los pacientes hacen bueno su nombre con una paciencia sobre humana en la que el basta ya les obliga a dar otra oportunidad. No les queda otra. No nos queda más... o sí.