Otra memoria histórica

En nombre del progreso se llevan siglos cometiendo tropelías. Decía ya Sigmund Freud que «la humanidad progresa. Hoy solamente quema mis libros; siglos atrás me hubieran quemado a mí». Había que haber aprovechado para preguntarle al fundador del psicoanálisis por qué razón el progreso suele llevar implícita una venganza. Avanzar pero destruyendo lo anterior, muchas veces con rabia. Como si el pasado fuera vergonzoso. Las sociedades más avanzadas tendrían que haber aprendido que el presente que vivimos y el futuro que habitaremos es solo posible gracias a los avatares de la historia.

Hemos perdido mucha riqueza cultural y patrimonial en nombre del progreso. Tanto que parecía imposible repetir errores que recriminarnos en pocas décadas. Y el patrimonio industrial es el más menospreciado. Cada desarrollo tecnológico invalida el anterior y lo condena al abandono o al derribo. A pesar de su reciente puesta en valor (visitamos con enorme interés ruinas de molinos o aserraderos lamentándonos de su pérdida) no aprendemos. Dentro de una semana Cubillos del Sil cometerá un nuevo atropello del que arrepentirse. La demolición de las torres y chimeneas de la central térmica de Compostilla II borrará de un bombazo décadas de la crónica reciente del Bierzo. La actividad minera y la industria del carbón explican paisajes, municipios, el carácter, una dura lucha orgullosa y, sobre todo, familias de comarcas enteras que siguen esperando una reconversión real y obtienen desamparo.

Que caigan esas torres, como argumenta Hispania Nostra al incluirlas en su Lista Roja, es un insulto a miles de vidas entregadas a una industria gris, sufrida y superada pero que permitió una larga bonanza económica. La voladura del patrimonio industrial que define la identidad de un territorio es un atentado contra la memoria histórica. No la manoseada de rojos y azules. Otra memoria imprescindible que en vez de estorbo debería ser legado. Volveremos a llegar tarde.