23/10/2025
 Actualizado a 23/10/2025
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Pues parece que llegó el otoño, esa estación mágica que convierte a la provincia de León en un decorado de película; esa, en la que la gente sube a los bosques (este año, por desgracia, a los que pocos que se libraron de la quema), y saca fotos como loca y que luego manda a sus amigos menos espabilados diciéndoles que han estado en Nueva Inglaterra, Usa, cuando, en realidad, estuvieron en el valle de Riosol o en Sajambre, que dan el pego los dos divinamente. También, es cierto, el otoño nos deja (a los que andamos algo tocados del tercio superior), amurniados y melancólicos, como si acabáramos de leer una poesía de don Antonio Gamoneda. Y es que, en otoño, los días se hacen ridículamente cortos y el sol se va a la cama como si fuera una gallina, privándonos de su luz, de sus rayos de vida. La noche se hace eterna y eso, para los meridionales, es una penitencia que llevamos (yo por lo menos), muy malamente, como un castigo divino o algo parecido.

En esta época me pongo, además, místico del todo, y me da por cantar (desastrosamente), ópera y canciones de León... La cosa empezó en el manicomio de la calle Álvaro López Núñez, donde un cura que venía del Perú y que era gallego, el Hermano Julio, nos las hacía aprender los fines de semana. ‘Todos somos de León’, ‘A la entrada de León’, ‘¡Viva la Montaña’, o ‘la Virgen de la Encina’, ¡se gravaron en mi mente y nunca se me han olvidado! La que menos me gustaba de todas, y en esto tengo que estar de acuerdo con Pedro Trapiello, era ‘El himno a León’, porque siempre me pareció una sobrada...

Ni aún en otoño, León es el centro del mundo, y eso parece que se le olvida a la fauna leonesista y arrimados. Pero este es un tema que ya tocaré, ya, en alguna otra ocasión; encima, por si todo esto fuera poco, los políticos se activan, se ponen cachondos, se crecen olvidando el verano, la época del año en la que menos trabajan, que manda huevos, y salen por la tele o por las radios diciendo más tonterías de las habituales. Y lo hacen todos, da igual el color que tengan y las ideas que mantengan; unos para socavar a los que mandan y los otros para impedir que esos alcancen el poder. No creáis que a nivel local la cosa mejora..., ¡quia! Nuestros políticos son tan tontos e inútiles que este periódico dedica mucho más espacio a la feria de la patata, a la del puerro o a un magosto que a todas las hazañas de estos chiquilicuatres..., y hace muy bien. Vamos, que no tiene color la cosa.

Una de las últimas noticias políticas que me ha llamado la atención, se refiere a que el ayuntamiento de la capital ha decidido privatizar, también, la limpieza de los edificios de su propiedad. Que hayan sido los socialistas los que han hecho esta barrabasada, como tantas otras, empezando por privatizar el servicio del agua, que costó la dimisión de dos concejales amigos de un servidor, es para mear y no echar gota, que decimos los de pueblo. ¿Es que, acaso, se han olvidado de sus ideales?, ¿o es que son iguales a los políticos de la oposición? Cualquiera de las dos respuestas me parece lamentable, aunque uno tira más por la segunda opción: la diferencia entre el Psoe y el Pp es semántica: no busquéis tres pies al gato. Ambos están encantados de llevarse bien con el Ibex y así nos va. No tienen huevos para dejar a esta gente a un lado y gobernar para el pueblo. Lo de Gaza, lo de Ucrania, lo de Hispanoamérica, se la trae al pairo.

Podemos, ese partido que a uno le cae como una patada en los mismísimos, acertó al definir la postura de gobierno sobre los palestinos: es un truño, una añagaza, un cuento. En la teoría, la clavaron..., luego, en la práctica, votaron a favor del Psoe porque, si no, pierden el muermo... Es, como dije antes, para mear y lo siguiente. No se puede tener razón y abandonar esa postura acertada por conservar quién sabe qué.

Volvamos al comienzo: a lo mejor es que el otoño cambia la perspectiva, nos hace más miopes, nos desarma a la hora de acertar con las decisiones que tomamos. En cualquier caso, os recomiendo encarecidamente que vayáis estos días al valle del Riosol, a Valdeón, a Sajambre, al valle del Silencio... Os encontraréis en contacto con la única cosa que nos queda de verdad a los humanos: con la naturaleza, con los paisajes que solo sabe moldear el Altísimo, sea este quién sea.

Salud y anarquía.

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