No es algo que haya sucedido de un día para otro. Lo hemos notado todos en los últimos meses, poco a poco. Pero ha llegado el punto en que el precio del aceite de oliva se ha convertido en noticia alarmante. Este producto tan básico en la dieta mediterránea; tan saludable, tan exquisito, tan nuestro; ronda los 10 euros por litro o incluso los supera. Cifra récord.
Dicho incremento disparatado viene provocado, al parecer, por una acumulación de factores desfavorables. Por un lado está la subida de los costes de producción, envasado, transporte o distribución. Por otro, la sequía y las temperaturas desorbitadas. Operadores y agricultores afirman que las cosechas se han visto reducidas a la mitad durante dos años consecutivos. Y la previsión de futuro que manejan no es halagadora.
Cuando un producto escasea, ya se sabe. Las grandes superficies tienden a acapararlo, sacarlo a la venta a cuentagotas y modificar su precio según demanda. Si los castigados consumidores nos dejamos llevar y compramos más cantidad, impulsados por el pánico o la incertidumbre, acabará transformándose en artículo de lujo. No obstante, la situación actual no permite dispendios. Si resulta imposible afrontar ese gasto, se reducirá su uso, se racionalizará al máximo. Esto supondría echarle freno a la subida.
El comportamiento de las personas es impredecible y la lógica no siempre se puede aplicar, así que hablar sobre la evolución que va a seguir el asunto sería solo especular. Al hilo de esto, existe un vídeo que se ha hecho viral. En él se desvela que el precio del AOVE en Irlanda no llega a 5 euros.
Quiero creer que hay algún motivo de peso para ello, aunque a priori resulta sorprendente e indignante a partes iguales. Se supone que España es el principal productor de aceite de oliva a nivel mundial, ¿cómo es que aquí estamos pagando el doble que en otros países? Por ahora solo nos queda patalear y buscar alternativas al oro líquido. Porque las tostadas y ensaladas a palo seco no son lo mismo.