25/02/2022
 Actualizado a 25/02/2022
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Aunque para mi familia siga siendo el niño que veía los Power Rangers a un palmo de la tele -quizá de aquellas vengan las tres dioptrías de miopía y astigmatismo que me toca sufrir ahora-, lo cierto es que ya hace tiempo de la primera vez que un chaval se refirió a mí como señor.

No le culpo. Cuando estaba en la Facultad aún existía Tuenti, Whatsapp estaba en proceso de gestación y en la cafetería en vez de zombis pegados a smartphones había gente jugando a las cartas. Y aunque yo siempre he sido más de Pocha que de Mus, en la Universidad lo de tirarse órdagos era el deporte nacional.

Lamentablemente, no es lo mismo tirarte un órdago a grandes con dos reyes y rezar quince avemarías y dos padrenuestros para que no te vean tan mastodóntico farol que ponerte el mundo por ushanka -el equivalente ruso de la montera- y liarte a invadir países colocando a todo el planeta a las puertas de una guerra a gran escala.

No voy a entrar a analizar las razones políticas, geográficas y económicas que hayan llevado a Putin a liarla en Ucrania porque no quiero que la gente me confunda con el clásico todólogo pedante que tiene que hacer saber a sus 37 followers que es imbécil, pero no hay que ser analista internacional para saber que esto de la política siempre va de quien se tira el órdago más grande. Y luego ya se verá.

Y si no que se lo digan a Casado y Ayuso. Es una lástima que este ‘House of cards’ a lo chulapo se vaya a cancelar antes de tiempo porque el remake ruso viene con amenaza de Guerra Mundial incluida, pero la segunda temporada prometía.

Tampoco voy a decir a estas alturas de la película que me de pena el ya difunto políticamente hablando Pablo Casado porque se pilla antes a un mentiroso que a un cojo, pero sigo sin entender el fenómeno Ayuso ni en que momento pasó de ser un meme a ser la Kennedy española. Cosas de hacerse mayor, supongo. Y de saber elegir bien cuando lanzar un órdago. Ya saben, comunismo o libertad. Si al final hasta tendrá razón.
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