marfte-redondo-2.jpg

Ojos de pez muerto

04/11/2023
 Actualizado a 04/11/2023
Guardar

La niña de los ojos a media asta mantenía la mirada clavada en su pupitre. Habitualmente risueña, hoy una mortecina languidez envolvía de tristeza sus ademanes.

- «¿Qué te pasa, Dolores?».

Algo le habían dicho que a la chiquilla no le había gustado.

Nada quiso detallar de los males que la aquejaban, pero por la boca muere el pez, y siempre hay alguno que canta y cuenta lo que en la clase pasa.

¡Qué dura es a veces la convivencia en las aulas! Tantos días juntos, hacinados, en ocasiones, como peces en receptáculo mínimo, pendientes unos de otros, más de lo ajeno que de lo particular.
Tantas horas sumergidos bajo litros de palabras, cifras y fechas, quietos, o mimetizados tras los pupitres, como esas truchas que se quedan agazapadas, y se dejan mecer al vaivén del movimiento del agua del río mientras esperan que nadie las mire.

Algo le había dolido a Dolores que había enturbiado su mirada.

Con frecuencia, se asemejan a pececillos de colores, de esos que pueblan los estanques, pululando, despistados entre nenúfares, como enredados en cualquier sueño, o con falta del mismo por haber pasado parte de la noche, robada al descanso, deslumbrados por la luminiscencia de las pantallas que bajo la apariencia de sirenas encantadoras les transportaron a veinte mil o más leguas de viaje submarino, hacia los fondos abisales de una noche que quedó muy lejos de ser reparadora.

Esas cabecitas ruidosas, tendentes a la dispersión a las que siempre hay que andar echando redes para ganarlas para la causa del conocimiento, que te preguntan cientos de cosas a la vez y requieren constantemente tu presencia e instantaneidad, presumiendo en la profesora un don de teletransportación que la providencia no ha tenido a bien concederle.

El proceso de enseñanza aprendizaje supone a menudo nadar contra contracorriente de las borrascas legislativas perpetradas por unos patrones de barco alejados de la navegación educativa, y que provocan que los y las profesoras en el aula, nos sintamos como capitanes de un grumete más en situación de oleaje que de aprendizaje. 

Pero, pescadores al acecho, seguimos atisbando el momento en que puedan morder el anzuelo, escudriñando en sus rostros, tratando de adivinar si han conseguido salir, al menos, un instante de la pecera.
Miro los ojos húmedos de Dolores. Las lágrimas riegan su rostro.

Consigo que por fin confiese lo que le dijo su escamoso compañero, un tiburón al acecho.

- «Dolores, tienes ojos de pez muerto».
- «¡Ay mi pescadito, no llores ya más! ¡Ignórale!».

A ver si cesa pronto la marejada.

¡Buena pesca, capitanes intrépidos!

 

Lo más leído