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«Oh Melancolía, señora del tiempo»

09/09/2023
 Actualizado a 09/09/2023
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Adías, parece que la nostalgia se apodera del ánimo y del intelecto y pertinaz, porfía a sus anchas ensombreciendo cualquier atisbo de luz.

Son momentos de languidez en que la ilusión de vivir se enreda en los intentos de salir al paso en un otoño de ausencias que comienza a entreverse entre las copas de los árboles.

Y empezamos a fustigarnos sobre la mala suerte, el cambio climático, los paraísos perdidos, nos recreamos en la desolación. Necesitamos empaparnos de melancolía y comenzamos a buscar los grises en cualquier detalle para combatir la desfachatez de cualquier rayo de sol que ose colarse entre las rendijas de nuestro flagelo buscado y con vocación de permanencia.

Decía Aristóteles que la melancolía es el producto del desequilibrio de los humores que segrega al cuerpo humano. Etimológicamente melancolía significa en griego bilis negra. Parece evocar la imagen de una suerte de marea oscura, colonizadora del ánimo. El genio ateniense mantenía, seguramente desde una lúcida autoconciencia, que la melancolía es característica de los genios, una especie de fuerza que les lleva a la autodestrucción.

Seña de identidad de los románticos también, que la adoptaron del término francés ‘spleen’, y que se define como hastío crónico y angustia vital, la misma que muchas veces les llevaba a banalizar su propia vida hasta llegar al suicidio como forma heroica de solucionar los devenires existenciales y sobre todo amatorios.

Para Amando de Miguel –catedrático de sociología y otro gran comunicador que como la gran María Teresa Campos, nos dejaban estos primeros días de septiembre– la «melancolía, señora del tiempo» como cantara el cantautor cubano, Silvio Rodríguez, es el mal de este siglo, una suerte de dolencia sin fiebre que afecta a muchos individuos, genios o no, de toda condición y que se ve manifestada en que aquellos se pasean apesadumbrados y tristes, aquejados de variados miedos y de un desasosegador sentimiento de culpa. En definitiva, un estado enfermizo de la mente.

Frente a ella se ofrecen como recetas en primer lugar la de concederse placeres y apuntarse a la liga de los ‘disfrutones’, llorar para drenar penas, acudir a los amigos para que escuchen o minimicen las ‘tragedias’, que no son tales, o la de contemplar la belleza que nos sale al paso mientras radiografiamos el suelo con un abatimiento crónico que impide levantar el vuelo a la mirada. 

Y un poco de música, ya se escucha a Silvio cantar «Oh melancolía, señora del tiempo/ beso que retorna como el mar».

Así somos…

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