Una de las clases que más recuerdo de la carrera es la de los obituarios. Contaba el profesor que los archivos de los periódicos custodian decenas de artículos para ser lanzados en cuanto ciertas personalidades fallezcan. Como ejemplos de aquellos años, nos puso a Miguel Delibes, Whitney Houston o Nelson Mandela, de quienes había publicadas semblanzas a los pocos minutos de que pasaran a mejor vida. Es decir, que ahora mismo ya estarían escritos homenajes póstumos por si, de la noche a la mañana, Juan Carlos I aparece infartado en un harén de Abu Dabi o si, con toda probabilidad, el dinero de Amancio Ortega no le libra de salir con los pies por delante.
Admito que la práctica profesional no me ha despejado las dudas de hasta qué punto esto es cierto. Desconozco si en algún cajón o disco duro de la redacción de La Nueva Crónica se guarda una oda a Gamoneda, por si la naturaleza hace de las suyas, o un repaso a la trayectoria de Jesús Calleja, por si en Houston hubiesen tenido un problema. Lo que sí tengo claro es que, en las últimas semanas, periodistas de todo el mundo han redactado incontables versiones del que es el ejemplo más evidente de los obituarios escritos con anterioridad: el del papa. Por lo que pueda pasar en los próximos días, meses o años y porque siempre he creído que lo suyo son los homenajes en vida, vaya por delante mi ‘obituario’ a Francisco.
El primer papa no europeo siguió más la doctrina de Jesucristo que la de la Iglesia, caras de una misma moneda que no siempre han ido de la mano. Habrá quien considere suficientes sus reformas y quien siga viendo una institución demasiado anacrónica, pero nadie puede negar que este papado se abrió a los tiempos que corren. El papa de ‘la Pampa’ apoyó abiertamente los derechos de las personas homosexuales, trabajó por la paz en Ucrania o Gaza y situó en el centro de su discurso a los más desfavorecidos independientemente de la religión que profesasen. Francisco fue menos papista que el papa y ese ha sido su principal legado.
Comentaba Sabina en una entrevista concedida en los primeros años de Francisco en el Vaticano que este papa, a diferencia de sus predecesores, creía en Dios. Más allá del chascarrillo y de creencias religiosas personales, centrarse en el mensaje de Jesús y dejar de lado distracciones mundanas siempre debió ser el primero de los mandamientos en la Santa Sede. A menudo acusado de progresista y en ocasiones de conservador, su fe no fue izquierdas ni de derechas porque simplemente no es de este mundo. Y en este mundo, entre tantos Elon Musk, ministros que despilfarran dinero público en prostitución y demás personajes con tanta influencia como bajeza moral, cada vez son más necesarios referentes como Jorge Mario Bergoglio. Un papa cabal, un hombre tolerante, un santo remedio ante quienes, como quedará acreditado el próximo mes en las calles de León, entienden la devoción como un mero ejercicio de postureo. La procesión de Francisco fue de las que van por dentro. Que Dios le guarde, a él y a este obituario, por mucho tiempo.