De todas las artes, la música es, sin duda, la que más directamente llega a nuestro corazón. Se infiltra veloz en nuestras venas produciendo en el cerebro una celestial sensación, mezcla simultánea de placer y dolor. Tan intangible e inefable, tan abstracta y valiosa. ‘La taquigrafía de la emoción’, escribió Tolstoi. ¿Será la música el alma del universo? Eso lo explicaría casi todo.
El pasado jueves veintidós de noviembre celebramos un año más Santa Cecilia, la fiesta por excelencia de los músicos. Cecilia era una noble romana que según la extraña leyenda de la hagiografía cristiana fue protegida por un ángel para conservar su virginidad. Su esposo lo entendió, pero terminó siendo torturada mientras cantaba a Dios en su corazón. A lo largo de la historia los músicos han dejado de ser torturados, afortunadamente, pero, aunque amados, socialmente su labor no es reconocida lo suficiente incluso hoy. Un músico puede llevar doce años de su vida estudiando seis horas diarias, practicando con su instrumento hasta la extenuación analizando acordes, armonías, pura matemática sonora, compleja y mágica. Puede ese músico haber domado al elemento, haber conseguido su titulación profesional y superior, transmitir y tocar el alma de los otros, pero siempre aparecerá alguien que le preguntará: «Oye, ¿y tú a qué te dedicas?» Y le respondes: «Soy músico» y no es raro que insista y vuelva a preguntar: «Ya, pero ¿en qué trabajas? ¿qué estudias?». El músico deja la respuesta por imposible. ¿No puede un saxofonista ser saxofonista y punto? ¿Tiene obligación el saxofonista vocacional de ser además abogado, periodista o funcionario de prisiones? Lo gracioso es que la música como carrera es una de las más duras y sacrificadas que existen. Yo no he conocido a personas con más paciencia, más capacidad de concentración y más disciplina que los músicos. Y aún así, parece que el mundo exige más de ellos, sobre todo esta sociedad contemporánea tan obcecada con sus másteres y títulos, con currículums cuadriculados de piezas obligadas, y la única pieza necesaria en el programa es vivir.
Si algo merece ser celebrado en este mundo es la música, ese milagro-bálsamo que tan bien comprende el alma humana, ese ‘eco del mundo invisible’, que dijera Mazzini. Nos acompaña siempre, en el metro, en las salas de espera, en el cine, en los supermercados, en las oficinas y en los aeropuertos. Cada vida necesita su propia banda sonora. Nada sería igual sin ella. Escuchen, canten, toquen, sientan. Déjenla latir.

Nulla vita sine musica
24/11/2018
Actualizado a
19/09/2019
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