El ser humano ha inventado diversas formas de medir el tiempo, y la historia de los calendarios, al menos curiosa, es una de ellas. Hasta el tiempo ha estado sometido al poder y a la religión, cómo no. A veces con errores, o casi siempre, con intereses sobre algunas fechas en detrimento de otras, y cosas así. Conviene no creer la historia oficial, no importa a lo que se refiera.
Pero estas fechas, sin entrar en las creencias de cada uno, incluso en la ausencia de ellas, tienen algo de paréntesis, de resumen del año también, una especie de dejarse caer sobre esa superficie nevada de la infancia, que tanto influyó en nuestras vidas. Esa nieve de la infancia que este año nos falta.
En estos días los periódicos y las televisiones hacen balance del año, incluso de lo que va de siglo, este siglo lleno de despropósitos. Esta es, por ejemplo, mi última columna de 2022 y, seguramente por culpa de tradición, me siento en esa necesidad de resumir, de analizar lo mejor y lo peor, de hacer listas de casi todo: de los mejores libros, de las mejores películas, de las series más celebradas. Casi todas esas listas se parecen, como un huevo a otro huevo. Hay un consenso (en esta edad sin consensos), o quizás sea el resultado de una imitación, que lleva a una simplificación de la realidad, a una aceptación algo bobalicona de modas globales, a un cierto temor a oponerse a las líneas maestras (y un tanto dogmáticas) que caracterizan a nuestro tiempo.
Yo mismo me encuentro estos días trabajando en un reportaje sobre los mejores libros del año (se han publicado ya unos cuantos…). Acotamos el tiempo, el calendario nos obliga, y hacemos balance como si el próximo domingo, día 1 de enero de 2023, todo comenzase de nuevo realmente. Tenemos esa necesidad de limpiar nuestros pensamientos, de imaginar que nos abrimos a un tiempo nuevo sólo por el hecho de rasgar la última hoja del calendario. La única certeza, perdón por el mal rollo, es que todas las horas cuentan y la última mata, como decía quizás Horacio, o Suetonio, y como figura grabado en algunos relojes de las iglesias. La fugacidad de la vida no es un asunto agradable, pero, a pesar de ello, es omnipresente y, por supuesto, muy literario. Diciembre, sin embargo, cae hacia su final con ínfulas de renovación, de cambio, siguiendo el paradigma de los clásicos, al igual que sucede en la noche de San Juan. Pues, finalmente, casi todas las fiestas religiosas tienen su origen en las celebraciones paganas, que buscaban la comunión con la naturaleza (esa es muy necesaria), entender los ciclos del tiempo, del clima (cada vez más difícil, en efecto), celebrar las cosechas o preparar el barbecho del campo y del corazón para la próxima sementera.
Hoy, estos días navideños, aparte de la furia consumista que conocemos, representan el último paréntesis del año, la necesidad de pararse y pensar en todo lo que ha sucedido, y por eso los medios de comunicación, que llevan a rajatabla lo de los doce meses, buscan hacer balance. No son las fechas más adecuadas para desconectar, aunque muchos vuelan a Canarias o al Caribe, pues nos bombardean (al menos sólo con anuncios, que no está mal tal y como está el patio) para que hagamos lo que marca la globalidad. Nos bañamos a diario en las más exóticas colonias. Y la belleza de la publicidad siempre es muy superior a la belleza de nuestro entorno. Sólo así se hacen deseables las marcas y los productos que nos venden. Necesariamente hay que prometer un paraíso. Siempre hay que prometer un paraíso, vendas lo que vendas.
Entiendo ese afán por el resumen que llega cada fin de año. Se resumen hechos históricos (o eso dicen), frases de los líderes (así los llaman), y se hacen listas de casi todo, porque la jerarquía siempre dio sus dividendos. La gente común, en cambio, tiene otra idea del tiempo. Sobre ellos, sobre nosotros, se acumula el pasado, como la nieve contra los muros de las casas solitarias (sí, este año no nieva…). La pulcritud del ‘ránking’, algo anglosajona, es también educativa, ay, y como todo hoy pretende dirigirnos y aconsejarnos. Sepa usted qué es lo mejor y qué lo peor. Conozca las mejores frases, vea las mejores fotos, disfrute de los mejores vídeos…
Este afán ha aumentado con la victoria de lo simple. Necesitamos reglas para la dirección de la mente, por lo visto, y también para los gastos de la tarjeta de crédito. Desprenderse de la tiranía del tiempo y sus costumbres, no respetar las reglas de las fechas, no está bien visto. Siempre hay alguien dispuesto a pastorear. Y no faltan aquellos que aceptan ser parte del rebaño. Aunque vivimos tiempo de confrontación y polarización, de extremos que chocan una y otra vez en el ágora mediática, como si así mostraran mejor su capacidad de liderazgo, el dominio de la tribu, como si así marcaran mejor su territorio (que no el nuestro), lo cierto es que somos más acomodaticios que nunca, nos plegamos demasiado bien a todo eso que sucede siempre por nuestro bien, aceptamos el mal que nos toca por nuestra grandísima culpa (el peso de la culpa, la amenaza del miedo: formas de dominar a la humanidad).
No habrá un balance del hombre corriente, que nada contra el oleaje de una realidad furiosa. Hablaremos de la política y su confusión, uno de los temas favoritos del momento. La política se ha convertido en protagonista de su propia narrativa, y eso siempre juega en contra de la gente. Hablaremos de lo inmediato, de cosas a ras de suelo, ese goce contemporáneo, que va de lo moralista a lo superficial, que se enroca en lo punitivo y en lo acusatorio, que bebe más de la confrontación sin resultados que de la unión constructiva. Porque estar de acuerdo, al parecer, no produce dividendos electorales.
Por muchas razones este es un tiempo de destrucción: no sólo por la tristeza de la guerra. Pero también suceden grandes cosas que quizás no alcancen los balances ni los resúmenes. Cosas domésticas, algunas. No quiero hablar de héroes, pues me mueven tan poco como los milagros. Pero los hay. O el trabajo silencioso (y difícil) de tantos científicos. El fin de año es sólo una cuestión del calendario, pero me alegrará que sirva para recuperar el sentido de la transgresión, para romper con los alambres de espino del miedo, para apostar por lo que quizás no apuestan a menudo los que mueven el timón del mundo. Como decía Vicent, la razón parece estar hoy en la gente común, en los que navegan cada día contra la tormenta. Nos vemos en 2023. O sea, en siete días.

Nos vemos el próximo año
26/12/2022
Actualizado a
26/12/2022
Comentarios
Guardar
Lo más leído