Llegaste, abril. Despliegas tu esplendor esa mañana, mientras el sol, a modo de glorioso capitán que entra de pronto, saluda y se va adueñando de nosotros. Hemos esperado tanto. Hemos aguantado los embates del invierno, duros. El pobre marzo se nos fue dejándonos atónitos, con cinco mineros leoneses muertos, que el grisú quiso explotar cerrándoles los ojos. Y, tras los ecos de un terrible y lejano terremoto, marzo se marchó aullando como un lobo.
Pero tú, abril, no tienes ninguna culpa. Tú eres ese pariente que ha viajado hasta nosotros desde el otro lado de las cosas, para llenarnos de valor con tus abrazos, y tus cálidos besos que van cerrando nuestras bocas. Viviremos, seguiremos aquí, a pesar de todo. Lloraremos por ellos con sus gentes. Trataremos de hablar. Recordaremos con pena tantos hechos semejantes, en aquella infancia de los valles, donde entraba la muerte por la boca de la mina a su albedrío, disfrazada, y bajaba con nosotros hasta el fondo de los pozos.
Llegaste, abril, y apenas recordábamos tu rostro. Eres ese pariente del que se habla en las veladas del invierno delante de los fogones; ese ser de luz que se fue en busca de lejanas amapolas para adornar el pobre altar de la memoria. Te pedimos que nos defiendas de la muerte. Llegas, precisamente ahora, cuando marzo, en un descuido, se ha dejado en el camino a cinco hermanos, en la única mina que nos queda, que era a su vez la única esperanza para muchos de eludir el abandono de esta patria que se seca.
Llegaste, abril, y ya eres nuestro para siempre. Te tuvimos, te tenemos, te adoramos con esa fe de quienes cantan a una madre que se aparece de vez en cuando en un zarzal y esparce dones que acarrea en su regazo, y nos sonríe con esa blanca azucena entre los labios y en su mano levantada hay un pañuelo con el que secará sus lágrimas muy pronto. Cuando tú te vayas, abril. Cuando nos abandones.
Llegaste, abril, entre la fronda de los campos olorosos, persiguiendo a la muerte, despejando los caminos, enfrentándote al invierno por nosotros. Te doy los nombres de los cinco muertos, para que los busques y los lleves a tu reino: Jorge, Rubén, Amadeo; Iván, y David. Diles que iremos a donde ellos estén y les llevaremos todo un ramo de palabras de aquellas que escucharon desde la cuna, de aquellas que sabemos en León y que ponemos a las pies de los altares.
Llegaste, abril. A tiempo, como siempre. No nos dejes caer de bruces en la nieve derretida del lamento.