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Nochebuena ‘light’

24/12/2023
 Actualizado a 24/12/2023
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Hoy es Nochebuena. Paz y felicidad. Y espumillón ‘brillibrilli’. Durante toda la jornada –lo mismo que ocurrirá el próximo domingo, Nochevieja– las calles se convertirán en rutas de buenos deseos. De plácemes vecinales. Y de parabienes impostados. De sonrisas huecas. Es la Navidad. Un tiempo, que, aparte de creencias y tradiciones, sirve para que muchos se pongan la máscara de la cordialidad, y, con ella, se tapen las arrugas y verrugas sinuosas. Ésas que lucen durante todo el año y los delata a la vuelta de la esquina.    

Las Navidades, en un sentido puro, deberían continuar siendo la época de los reencuentros, de las cenas familiares amables y su consiguiente y agradable cháchara. Y lo que ocurre, a veces, es que se empieza hablando de lo cara que está la vida y se acaba discutiendo de política y de políticos. Que lo de cantar villancicos pasó a mejor vida (o a peor, según el cristal con que se mire), mientras que la atención del personal, como aditamento inexcusable, se centra en el televisor o en una reñida partida de cartas. Eso, si no hay un previo manotazo sobre la mesa del clásico ‘cuñao’, por alguna circunstancia sobrevenida.

El asunto es que aquellas entrañables Navidades, que eran sinónimo de recogimiento y unión, ya hace años que se fueron al garete. Se difuminaron. En muchísimos de los casos se han quedado en una postal ocre y ajada, que ya solo recuerdan los que tienen una edad, y reviven, en la memoria íntima, su historia personal y la de los convecinos de escalera. 

Que el cronista –como diría el compañero y columnista José Antonio Llamas– se dio por avisado y enterado de que la Navidad había cambiado 180 grados fue a finales de los ochenta. Después de la cena de Nochebuena en el domicilio de unos familiares ‘veteranos’, cumplida la tertulia y dados los últimos abrazos, había que regresar a casa. A pesar de lo avanzado del calendario, la temperatura no era todo lo fría que podía esperarse –más bien calmada– por lo que el paseo, hasta cierto punto, resultaba delicioso. Pocos vehículos y menos viandantes. 

Y el cronista, al alcanzar el cruce de una avenida –que se quiebra en la plaza de Santo Domingo–, con una de las calles más destacadas del centro por su alterne, observó y escuchó un bullicio inexplicable. Serían algo más de la una de la noche. Y se acercó hasta allí, en la inteligencia de que hubiera podido ocurrir alguna incidencia, incluso desagradable. Pero no. Se trataba de grupos de jóvenes de uno y otro sexo, vocingleros y alborozados, que habían acudido a la zambra de un local de ocio muy conocido. ¡En Nochebuena! No podía ser. Pues era. Y el cronista, desconcertado, volvió sobre sus pasos. Y lo fue rumiando el resto del camino. ¡Qué pena de noche!, murmuró.

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