Eran las 9 y media de la noche del lunes cuando activé la aplicación de la Cadena Ser en mi teléfono y escuché el último capítulo de Asistolia, el programa de Aimar Bretos que durante semanas ha reflexionado sobre la muerte con los profesionales que la miran cada día a los ojos, desde un box de urgencias, un velatorio o una mesa de autopsias. Concluía el podcast con dos reflexiones y la primera culpaba de nuestro pavor a lo que pueda venir después a que la Iglesia católica nos ha hecho temer el final de la vida durante siglos. El otro mensaje invitaba a pensar en cómo la muerte de alguien cercano nos hace ponernos contra un espejo para analizar lo que llevamos de vida y lo que nos queda, los traumas del pasado que aún no hemos superado y los deseos que tenemos para el futuro, siempre incierto.
Apenas 24 horas después, la misma cadena de radio comenzó un programa especial lleno de muerte que duraría una infinidad de horas y que convirtió la noche de este 30 de octubre, en la segunda noche de los transistores, como dijo el propio Sastre por la mañana. Para cualquiera que peine canas o haya pasado por una escuela de Periodismo o Comunicación Audiovisual, no hará falta explicar cuándo fue la primera. Era un año en el que la democracia era prepúbere y se empezaba a decir que la televisión alienaba y te impedía pensar. Era un lunes de 1981 en el que Google Analytics no existía, pero en el que la audiencia de la radio, si hoy la lograra medir el ente americano, vería que alcanzó un número histórico de usuarios únicos.
Casi medio siglo después, a pesar de que estemos alienados como sociedad por los creadores de contenido y la mala información, la radio ayer se reivindicó como un medio de comunicación que necesitamos. Ayer los transistores lograron calmar a los familiares de aquellos que llamaron para decir «estoy a salvo» cuando las telecomunicaciones modernas fallaron. Ayer la radio salvó vidas al tiempo que conmocionó a España con una información humana, exacta y fiable. Porque la X de Elon Musk volvió a ser un transmisor de bulos y los ‘influencers’ no pudieron aprovecharse de la desgracia para vender su contenido.
Ante una tragedia como la de Valencia, los medios fiables y especialmente la radio permitieron informar de lo que estaba pasando a todo un país conmocionado. Y lo hicieron con testimonios en directo desde lo alto de un muro o un camión, o el sonido de una voz desconsolada que no sabía nada de su madre, interna en una residencia en la que, pocas horas después, se confirmaba que había cinco personas menos a desayunar al día siguiente. Con rigor, con vocación de servicio público y con humanidad, la radio volvió a ser el faro de luz ante un horror que, cuando no se puede explicar, sólo se puede contar.