Esta noche, me demoraré contándole a mi abuela, abuelita, Evelia, -es de justicia- cómo trasnocharé más y madrugaré menos que la noche de aquel día en que, creyendo parte de mis ensueños unos reiteradísimos timbrazos, hubo de despertarme a voces y zarandeos “el cables”, el compa que atendía la vieja centralita en un cuartucho rotulado como “Transmisiones y otros servicios” o algo así, en el que esos “otros servicios” debían de ser el camastro en que dormí y fantaseé hasta las 5,30 o 5:45 a.m. y yo mismo que, aquel día, prestaba el de escribiente. Cincuenta años y no he pasado más que, de “escribiente”, a “incurable aprendiz de escribidor”. ¡Abuelita, padres míos! ¡Qué lástima de vástago! Sí, le contaré cómo…
-¡Se ha muerto Franco! Te está llamando el oficial de guardia. / Temblé, ¿cómo estaría aquel capitán -ahorro el apellido- eterno malhumorado, del que huíamos hasta los guripas no destinados en su sección? Mi corazón, acelerado. Mi cerebro, debatiéndose entre un contento y dos recelos: el cuidado en saber ocultar aquel y el temor a tener que, hablado con algunos colegas, negarnos a obedecer en caso de ordenársenos tomar las armas para mantener su temido “orden público”. Encontré al capitán, como siempre, displicente. Mas, por su rezongo y tosquedad, entreví un lado de su persona que me sorprendió. -Busque un crespón negro, póngaselo a la bandera y, a su hora -(7 am)-, cuélguela a media asta. / -¿Mi capitán, y dónde encuentro yo, ahora, un crespón negro, están todas las dependencias cerradas? / -Eso no me lo pregunte a mí. Usted cumpla lo que le he dicho. / Y cumplido fue. Mas creándome un temor nuevo.
La mañana fue laxa para los rasos. Nos llevaron al comedor a ver y escuchar, firmes, el lacrimoso mensaje de Arias Navarro: “españoles… Franco… ha muerto…”. Lo malo fue darme de ojos con la mirada del brigada -ahorro el apellido- escrutando mi rostro. Me miraba mal desde su llegada, cuando, a un pase de lista, me preguntó y contesté: que sí, que era hermano de por quien él me preguntaba. Vamos, que ya presumió mi formado “espíritu nacional”. Tras dos o tres más “españoles…,” ordenó que cada cual se fuera a su destino. A uno, le mantuvo allí “españoles…” va y “españoles…,” viene, hasta la hora en que, como todo parecía “atado y bien atado”, me mandó “descanso” y pude irme a casa, a disfrutar del pase de pernocta y tantas cosas más. Qué noche la de aquel día… y qué día, abuelita. Tarde, pero ¡por fin! ¡Ah! Y no, abuelita: por suerte, ¡nadie reparó en el calcetín!
¡Salud!, y buena semana hagamos.