01/10/2023
 Actualizado a 01/10/2023
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No ha sido al otro lado del mar, en algún país donde cuenta más la venta de armas que una vida y tan acostumbrados nos tienen a ataques escolares. Ha sido en Jerez de la Frontera, España. Un joven de catorce años con la vida por delante y a su espalda, una mochila con demasiado peso para soportarlo. Mientras el reportero desmenuza la noticia y habla de cuchillos, de ataque a compañeros, de heridos, calabozos y Fiscalía de Menores… uno se pregunta cuánto sufrimiento puede almacenar un niño hasta decidir coger dos cuchillos y salir de casa dispuesto a cortar de cuajo lo que tanto daño le hace. No fue un impulso, fue tan premeditado que la víspera aconsejó al único compañero con el que hablaba ‘No vengas mañana’. De toda la noticia, me quedo con esa frase. Significa que hay una persona a la que quiso librar de la atrocidad que pensaba cometer, quizás el único que no le castigó con su vacío. «No vengas mañana» son palabras que muestran la fisura por la que recibe luz ese chaval, una grieta limpia de resentimiento, un perdón hacia quien no le ha hecho daño. Es un ‘gracias por hablar conmigo’ y delata que el chico no quiere hacer daño indiscriminadamente, sólo quiere acabar con un sufrimiento insoportable. Una vez más, como suele ocurrir en estos casos, al hurgar en la herida se descubre que el atacante era víctima de bullying, un joven estigmatizado con ronchones de soledad por todo el cuerpo del que sus compañeros dicen «No es un chico problemático, pero está siempre solo». Si su rasgo más característico es la soledad, que alguien explique a sus compañeros que esa enfermedad se cura con compañía, la suya.

Por mucho que nos hagamos los locos y aunque cueste aceptarlo, hay un monstruo grande e invisible metido en casa que nos está ganando la partida. Está robando inocencia y balones a la infancia. Le está restando risas, empatía y valores a la adolescencia y está inyectando violencia y rabia en la gente más menuda. Estamos viendo una retahíla de agresiones y violaciones de menores a menores porque el monstruo grande, sin respetar los ciclos de la vida y sin esperar a primavera para recoger la fruta, está mostrando a nuestros pequeños información prohibida para ojos niños, sin castigo alguno. Noticias que te hacen caer en la melancolía y sentir que cualquier tiempo pasado fue mejor, viendo el deterioro social que sufrimos Aun a riesgo de parecer carca, reclamo que se custodie la infancia en casas y colegios porque las consecuencias de niños sin educar las paga una sociedad entera. Que vuelvan los consejos paternos, el respeto, las normas básicas de convivencia y los regazos de madre en los que cabe la paz de cualquier mundo. Que se vigilen esos patios con líneas invisibles que aíslan niños y con abismos que fingimos no ver hasta que una víctima cae al vacío. Entonces se repite la historia de acosadores y acosado, se esconde tras la tapia el siempre negado bullying y el banco del fondo habla sin hablar del niño, del que todos repiten como un mantra que era un ser solitario, pero nadie admite que lo aislaron.

Lo ocurrido hoy en Jerez podría ser el final de la noticia ocurrida en Madrid. Otro instituto, otros menores y otro tipo de violencia. En el mismo telediario vemos a una niña de doce años agredida por una compañera que, cogiéndola del pelo, la arrastra por la acera golpeándola y la lanzándola contra el capó de un coche ante las risas de compañeros que, disfrutando del espectáculo, graban la escena mientras gritan «mátala, mátala». Sólo una chica se interpone y termina con aquel disparate rescatando a la niña acosada a la que en el instituto llamaban «espagueti, pelo alambre, fea o patas largas». Nadie sabrá cómo empezó aquello, qué convirtió a esa chica en bicho raro, en caldo de cultivo para mofas y acoso. Nadie lo sabrá porque no hubo motivo, simplemente no era del agrado de alguien. Se dirá que era solitaria, como suelen ser las víctimas. Otro caso en el que todos son menores de catorce años, todos inimputables por la vía penal y todos me dan miedo.

Quizá se nos fue la mano aligerando tanto sus mochilas para evitarles peso en la espalda. Aquí estamos, con la intolerancia y la violencia campando a sus anchas, pagando las consecuencias de malcriar niños con una permisibilidad sin fundamento que, en el peor de los casos ha degenerado en seres hedonistas y asalvajados. Llamando progreso a una involución en la que las palabras moral y respeto quedaron en desuso, con el machismo convertido en un valor en alza, amparado en el anonimato de mundos virtuales, difundiendo una violencia nueva e invisible que golpea a través de redes. O, como el caso de ayer en Madrid, violencia física en modo exhibición, sin pudor alguno. Por buscar algo positivo a lo ocurrido esa niña apaleada públicamente ante compañeros gritando «mátala, mátala», ha sido bueno que se difunda antes de que la víctima llegue al borde del abismo, sienta que nada merece la pena y un mal día decida ser ella verdugo y aconseje a su amiga «no vengas mañana…».

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