La semana pasada era notica una parroquia leonesa por la convocatoria de un concejo para preparar una manifestación contra el cura. Ni conozco dicho pueblo, ni tampoco al que hasta ahora ha sido su párroco, por lo que no tengo elementos para valorar el acontecimiento. Tan solo he podido ver a través de los medios algunas fotos de su templo, tanto exteriores como del interior, y la verdad es que da muy buena impresión. Por los mismos medios me he enterado de que una de las razones de la protesta era que prohibía el uso de flores de plástico. Suponemos que ésta no sea la principal razón de la protesta vecinal, puesto que en un templo tan bonito no parece que entonen demasiado las flores artificiales. Imaginemos que un novio le regala a su novia el día de San Valentín unas flores de plástico… De la misma manera parece que lo más correcto y elegante es que al Señor se le ofrezcan flores naturales.
Sabemos ahora que el párroco ha presentado su renuncia sin necesidad de que se hiciera la anunciada manifestación. Independientemente de que la convocatoria estuviera o no justificada, creemos que ha hecho lo propio. No tiene sentido estar en un sitio donde no te quieren. Hasta Santa Toribio, obispo y patrono de Astorga, que era un santo, cuando los maragatos se metieron con él, se marchó de allí y, según rezan las crónicas, al llegar a la cuesta de San Justo se quitó las zapatillas y las sacudió, diciendo aquello de que «De Astorga ni el polvo».
Seguro que, más de una vez, los feligreses tienen motivos para estar en desacuerdo hasta con los mejores curas, porque el sacerdote es un ser humano, hijo de su padre y de su madre, y no está libre de cometer errores. Unos lo soportan mejor en nombre de la caridad cristiana, sobre todo si tienen una fe adulta y madura, y otros, que no siempre coinciden con los mejores cristianos, no aguantan la más mínima.
También los curas tienen que tener mucha paciencia con algunos feligreses, sobre todo con aquellos que utilizan a la Iglesia como consumidores a la carta. Pasan de todo y acuden esporádicamente a pedir un bautismo o la comunión de sus hijos, o una procesión, llevando una vida al margen de una auténtica práctica cristiana. Hay curas que lo sufren con más humor y otros a los que se les agota la paciencia. En todo caso, la grandeza del sacerdocio consiste en que aun el cura más pecador hace que Dios se haga presente sobre el altar y puede absolver de los pecados más grandes. Por eso es muy triste que haya pueblos que no tienen cura.

No tienen cura
11/04/2017
Actualizado a
17/09/2019
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